Ni
los más avezados sismógrafos previeron el terremoto andaluz. Ni siquiera por
aproximación. Ahora, como a toro pasado todos somos toreros, disimularán. No es
un batacazo, es una hecatombe. Las derechas (incluidas las extremas más
extremas) se hacen con la Junta de Andalucía.
Reflexiono
y titubeando me pongo a considerar: lo que ha provocado el desastre ya estaba
allí, en pleno corazón de la sociedad andaluza. Esta es una sugerencia para el
proceso electoral, que está a la vuelta de la esquina. Las placas tectónicas se
estaban moviendo subterráneamente desde hace tiempo. No es cosa de estas
últimas semanas. Son los cambios de humores políticos que se están dando en
Europa desde hace años. Cambios que parecía que no estaban en Andalucía.
Andalucía es diferente, se decía. Aquí, la izquierda –aunque con
problemas-- saldría más que airosa del
paso, se presumía. La no percepción de los cambios, incluso «con acento andaluz», es la principal causa de tan
tristes resultados. Tampoco se supo ver que el fenómeno Vox daría un salto tan descomunal. En
definitiva, Andalucía se ha ido escapando de la tradicional normalidad en la
que se encontraba. Los sismógrafos estaban de parranda.
En
ese cuadro de anormalidad se plantea
una campaña sin ningún proyecto para Andalucía por parte del PSOE, sólo la
rutina como si las aguas no estuvieran en fuerte marejada. La rutina de la
exaltación de la cabeza del cartel. La modorra de una campaña átona.
Homeopática. Otra lección para las próximas elecciones. Ahora, mientras tanto, las
amapolas han dejado paso a los jaramagos.
Sísifo vuelve a empezar.
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