Queda
mucho por decir de la debacle de la izquierda andaluza. Y, sobre todo, queda
mucho por enseñar a sus dirigentes. Por
eso he recomendado a los grupos dirigentes del PSOE y Podemos que acudan a Dehesas Viejas, un pueblo de los granadinos Montes
Orientales. Allí tienen la oportunidad de saber cómo la palabra razonada, con
la sobriedad de los serranos, se hace política sólida. Política con eficacia
berlingueriana.
1.---
Ha empezado a correr por los dicasterios políticos de la izquierda la idea de
la negativa influencia del independentismo catalán en los comicios del domingo.
No digo que no. Ahora bien, así las cosas, si se magnifica este argumento se
entraría en la fase de la excusa: los grupos dirigentes quedan exculpados. La
culpa es exógena, nada tiene que ver con ellos. Con lo que el pintoresco
diputado Rufián, a
quien ya se le ha achacado la responsabilidad del desastre, sería el
protagonista del fracaso. Seriedad, por favor.
2.---
Las izquierdas andaluzas no han tenido en cuenta que, desde el año 2004, se
inicia una parábola descendente que nadie, según parece, ha detectado. Esta es
la evolución de la parábola: 50,4 % (2004), 48,4% (2008), 40,7 (2012), 35,4
(2015) y 27,9 (2018). Una sangría que se va acumulando en cada convocatoria y
representa la pérdida de 22 puntos y medio. Los datos estaban a la vista, pero
los estados mayores no lo vieron. Se iban muriendo de mejoría.
3.---
Tampoco los sismógrafos percibieron lo que, desde hace ya tiempo, iba avisando machaconamente Javier
Aristu: «Andalucía no tiene
una identidad social diferente a la de otros territorios españoles o europeos».
Se lo oí decir en Sevilla, lo que provocó el estupor de algunos intelectuales
andaluces que tenían la brújula puesta en un proto nacionalismo de pret-a-porter.
Por eso, Aristu saca esta conclusión: «La respuesta electoral de los andaluces este día 2D se ha acompasado con
la de franceses, ingleses, italianos o polacos, por citar solo cuatro naciones
históricas europeas».
En pocas palabras, las izquierdas andaluzas son
retóricamente de Letras. La
sismografía no va con ellos; las estadísticas, tampoco. Han ignorado la
realidad visible y la sumergida. Siguieron a medias la chusca advertencia de Woody Allen: «Yo no creo en la realidad, pero es el único lugar donde me
puedo comer un buen filete».
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