El talón de Aquiles del sindicalismo
Isidor Boix es un provocador. Lo
es en el sentido primigenio de la palabra. Su origen viene de la voz latina pro
vocatio, o sea, el que vuelve a llamar la atención sobre un problema. En ese
sentido nuestro hombre es un provocador nato. De hecho siempre lo fue. Conviene
felicitarse de ello.
La cosa viene a cuento por el último escrito que ha aparecido
en su blog. Mi amigo
Isidor nos dice: «Precisamente
hoy comienza en Copenhague su 4º Congreso (https://www.ituc-csi.org/4o-congreso-mundial-de-la-csi-20768?lang=en), lo que me lleva a una elemental
pregunta: ¿Cuántos trabajadores del mundo, cuántos en España, lo saben? Y, de
entre los que lo saben, ¿cuántos saben de qué se va a discutir en este magno
Congreso?, y, aún, de entre los que sepan algo de lo que se va a hablar,
¿cuántos han tenido ocasión de examinar los contenidos de tal Congreso y
aportar ideas al respecto?. Y, sobre todo, ¿cuántos de los órganos de dirección
sindical?». Esta es su provocación. El mencionado congreso acabó y, todavía,
estamos en las mismas: si nadie sabe cómo empezó, tampoco sabemos de qué manera
finalizó salvo la cuestión de que la anterior presidenta salió elegida por
escaso margen frente a la italiana Susanna Camusso. Francamente, poca cosa. Son
varias las reflexiones que me vienen de manera atropellada.
Primero. El desconocimiento de las estructuras
sindicales de cada Estado nacional en relación a los congresos supranacionales
representa una patología cada vez más preocupante. Sobre todo, significa la
desvinculación de la acción sindical doméstica con la global. Se diría que cada sindicato nacional va a lo
suyo, a pesar de que los problemas son, por lo general, comunes. Lo que lleva a
la generación de movilizaciones dispersas y sin ninguna conexión con un
proyecto global. Ni siquiera europeo.
Segundo.-- Hablando en plata: a mayor coordinación de
los poderes fácticos de la economía y de los respectivos gobiernos, menor es la
capacidad sindical de ubicarse en una alternativa y respuesta. La globalización y los grandes procesos en
curso de reestructuración e innovación sólo parece concitar un ensimismamiento
sindical en cada país. En suma, a una economía abierta se responde con una
acción nacionalista. Más todavía, ni siquiera se sacan lecciones de las pocas
movilizaciones de signo global que, aunque pocas, tienen su enjundia. Pongamos
que hablo de las luchas de los trabajadores de Amazón.
Tercero.— O el sindicalismo confederal da un giro de
180 grados o corre el riesgo de representar sólo a los últimos mohicanos. Si
mantiene su praxis autárquica puede convertirse en el gallo de Morón. Sabemos,
finalmente, que el sindicalismo tiene mimbres para proceder al giro copernicano
de dar el salto y convertirse en un sujeto plenamente global, capaz de
establecer la relación virtuosa con lo nacional, y viceversa.
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