1.--
Este año que acaba dentro de unos días
se ha caracterizado por la división explícita del independentismo
catalán. Es una fractura, escasamente estudiada, que se caracteriza por: los
choques públicos entre las dos principales fuerzas políticas, el alejamiento de
la Assemblea Nacional
Catalana del govern de Cataluña, la aparición de brechas en el interior
de cada partido, el surgimiento de formas de lucha exasperadas y, en ocasiones,
violentas por parte de grupúsculos, cada vez más distanciados de lo institucional.
Cierto, todos ellos dicen compartir los mismos objetivos («la República
catalana»), pero tanta desmembración hace empalidecer tales objetivos.
Simultáneamente
se ha ampliado el frente de las asilvestradas derechas españolas, que es
contrario a toda solución del problema catalán, basado en la paz cartaginesa. Delenda est Carthago. Es decir, que no
quede ni el apuntador. Este comportamiento no ha tomado nota ni siquiera de que
su empecinamiento es también responsable del engordamiento del independentismo.
De manera que la inexistencia de una derecha ilustrada, claramente democrática,
es, además, un problema que dificulta abordar el problema con voluntad de
solucionarlo. Por no hablar de la inverecundia de algunos pocos, pero
influyentes, viejos galápagos del PSOE. Todos ellos son como el perro del
hortelano. Así las cosas, el conflicto puede durar hasta que las ranas críen
pelo. Es el inestable desequilibrio de España.
2.—
En esa senda se mueve Pedro Sánchez. Y, a ratos
discontinuos, Pablo Iglesias, el Joven: a veces cal, a veces arena. En todo
caso, nunca como en los últimos meses se han hecho tantas propuestas al
independentismo como en esa fase que va desde la caída de Rajoy hasta nuestros días.
Unas propuestas que, a decir, verdad hacen que el independentismo haya perdido
el monopolio de la iniciativa. Más todavía, que Torra –hoy día de los Inocentes cumple
años-- vaya del caño al coro y del coro
al caño. Dice querer negociar pero, a continuación, exige lo que sabe que no se
le va a ofrecer. Orgulloso, tal vez, de que después de él venga el diluvio.
3.-- Las cosas están mal. Pero hay elementos que
se deben observar cuidadosamente. Vean, por ejemplo, el giro del diputado Carles Campuzano, jefe de
filas del PDeCAT en
el Congreso de los Diputados. En su blog hace una enmienda a la totalidad de
las estridencias que vienen de Waterloo. Campuzano no hace un comentario
privado sino a la intemperie, en las llamadas redes sociales. No tardarán en
ajustarle las cuentas, pero ahí están sus palabras. En concreto, en su sensata
opinión indica oblicuamente que deben aprobarse los Presupuestos Generales del
Estado, a pesar de todos los pesares. Justamente por eso arrecia desde la
aznaridad, una y trina, su llamamiento a la aplicación del 155 «por tiempo
indefinido».
Calma,
temple. Pedro Sánchez parece saber que debe olvidarse «de los
cantos de sirena de la derecha y sacar
provecho de las contradicciones internas del independentismo, que son
muchas y pueden estallar en cualquier momento. Tanto es así, que la ocurrencia
de Torra sobre la vía eslovena ha sido desmontada en veinticuatro horas por sus
propios compañeros de viaje». Un lúcido consejo de Josep Ramoneda que huele por
donde sopla el viento.
4.-- Me permito un final, aparentemente al margen
de lo anterior. Aznar
dirá dentro de pocos días algo todavía más estridente. Su señora esposa y
acompañantes han sido condenados con una multa millonaria por el Tribunal de
Cuentas por la venta fraudulenta de pisos de vivienda pública a unos fondos buitre. Una
multa millonaria. Aznar aplicará la ley de que «la mancha de la mora con otra verde se quita».
No es una inocentada.
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