El pinturesco diputado Gabriel Rufián ha declarado en Mataró que "quienes están
celebrando los 40 años de la farsa de la Constitución y el artículo
155 son unos cínicos y unos carceleros". Comoquiera que un
servidor ha celebrado la Constitución, e incluso ha brindado por ella, debo ser
un cínico y un carcelero. Son palabras que se destinan a la feligresía en este
carrusel místico de la política, entendida como exhibición de pijos pret-à-porter.
Ahora bien, en mi
caso –y en el de muchos que conozco-- no
soy un cínico. Nunca me fueron simpáticos Diógenes y sus
correligionarios. Me tengo por un
modesto seguidor de los epicúreos. Gente seria en su tiempo. Naturalmente,
Rufián no sabe de qué estoy hablando pues lo suyo bebe en las fuentes de aquel
celebérrimo Marcial Lafuente Estefanía. Tampoco soy un
carcelero, aunque en mis años mozos sufrí las consecuencias de tenerlos muy
cerca. En suma, el pinturesco Rufián va flojo de remos a la hora de relacionar
celebración de la Constitución con los cínicos y los carceleros.
En geometría un fractal es un objeto cuya estructura se repite a diferentes
escalas. Es decir, por mucho que nos acerquemos o alejemos del
objeto, observaremos siempre la misma estructura. Por analogía no estamos lejos
si definimos a Rufián como un fractal: su estructura verbosa se repite a troche
y moche, aplicándola exactamente igual a un barrido que a un cosido. La única
lógica es que quepa en tuiter. De modo que podemos sacar una primera conclusión
provisional: que el procés haya
fracasado es debido en parte a que su bla bla bla sólo es apto para tuiter.
Nada que ver con los cínicos ni con los epicúreos.
Alzo mi copa: Viva la Constitución.
Alzo mi copa: Viva la Constitución.
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