El
Parlament de Catalunya es
una máquina de aprobar resoluciones. Pero igualmente es extremadamente precario
en la aprobación de leyes; de hecho, durante la presente legislatura, se pueden
contar con los dedos de media mano lo aprobado por sus señorías. Ayer mismo se
dio otro brindis al Sol.
A
propuesta de la CUP se aprobó una resolución que pomposamente declara que la
Constitución Española es «antidemocrática». Votaron a favor los grupos
independentistas y Catalunya
en Comú. Para entendernos, el partido de Ada Colau. Sorprende que tales grupos
parlamentarios declaren como antidemocrático aquello que les da su legitimidad.
Su esencia, presencia y potencia. Pero, más todavía, repele que los Comunes se presten con descaro a ello. Ni
siquiera han tenido una duda ante un texto por el que lucharon a brazo partido
gentes como Gregorio López Raimundo y Antonio Gutiérrez
Díaz, Josep Serradell (Roman) y Pere
Ardiaca, Cipriano García y Jordi Solé Tura, Alfonso Carlos Comín y un
largo etcétera. Y fuera de Cataluña los grandes padres de la izquierda como Marcelino Camacho y Santiago
Carrillo. Unas personalidades que, tras la declaración de los Comunes, quedan convertidos en tontos
útiles al servicio de quienes elaboraron una Constitución antidemocrática.
Hasta aquí menos llegado. Adiós, Comunes, adiós.
Estaba esperando un momento para mejorar mi relación imperfecta con vosotros.
No ha sido posible. La distancia se ha alargado hasta tal punto que, al igual
que don Leopoldo Alas (Clarín), me veo obligado
a exclamar ¡Adiós, cordera!
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