Las fuerzas políticas están
empeñadas, con desigual interés, en concretar un Pacto contra la violencia de
género. Sean audaces y, por favor, no desmayen en ello. Porque lo cierto es que
estamos ante un problema de gran envergadura, con una violencia y agresividad
que no sólo no decae sino que se agrava. Da toda la impresión que el avance de
los derechos de la mujer en la sociedad tiene paradójicamente una cara
siniestra: la respuesta machista de sectores –incluso entre los grupos de edad
más jóvenes-- que se concreta en
asesinatos, malos tratos y otras formas de agresión. No es alarmismo, sino la
constatación de unas estadísticas que producen pavor. Váyase, pues, al pacto.
Tradúzcase en medidas severas contra los agresores y, sin contemplaciones,
aplíquese la ley. Toda dilación es pura y simplemente irresponsabilidad.
El sindicalismo confederal puede,
debe y necesita decir la suya. Con su impronta y con las características de
sindicato general de hombres y mujeres. Su cometido: remover todos los
obstáculos que mantienen un sistema de organización del trabajo,
jerárquicamente machista, que sitúa a la mujer en una posición violentada y subalterna
con respecto al hombre y concreta una categoría, unas condiciones de trabajo y
unos salarios que finalmente conducen a unas pensiones todavía más
insuficientes para la mujer trabajadora. En resumen, se trata de un itinerario
viciado y contaminado desde el inicio. El sindicato que no lo haga deja en la
cuneta a millones de personas, las mujeres, y las deja sin representación ni
tutela. Acogerse a los textos sagrados de los congresos y no entrar en la
fisicidad de lo concreto es pura filfa, por no decir hipocresía.
Conviene, pues, que la
valoración de los convenios y pactos de empresa se midan con la piedra de toque
de sus cláusulas sobre esta cuestión. Porque, desde ahí, se tiene autoridad
para exigir que las fuerzas políticas asuman que en el ecocentro de trabajo
existe un problema de violencia de género que sigue sin resolverse. Lo que no
quita que, mientras tanto, los grupos parlamentarios que negocian esa ley
caigan en el detalle: la humanización del trabajo para todo el mundo, mujeres y
hombres.
Hablando en plata: se necesita
una discontinuidad del sindicalismo confederal con relación al pasado. También,
y sobre todo, en el asunto del que estamos hablando.
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