Autor:
El dómine Cebra
El siglo XIX tuvo dos cronistas
de altos vuelos en España. Lo saben ustedes: Benito
Pérez Galdós y Ramón del Valle—Inclán.
No hubo un momento importante que no fuera observado por el microscopio de
estos dos grandes escritores. Don Benito con sus episodios, Don Ramón con los
milagros de aquella corte y cortijo. Primera sugerencia: para estos tiempos de
calores sofocantes es recomendable la lectura –y, también, la relectura-- de esta gran literatura decimonónica. Y, de
paso, se encontrarán algunas aproximaciones a las claves de lo que está
ocurriendo en nuestra piel de toro.
Esta semana pasada, sin ir más
lejos, han ocurrido algunos episodios nacionales que podrían ser las hechuras
de aquellos momentos de antaño. Con una diferencia: no aparece ninguna Sor
Patrocinio, que nosotros sepamos, en medio de este fregado de nuestros días. Al
menos públicamente.
El factótum del fútbol patrio y
su hijo son detenidos, pasan su primera noche en el cuartelillo y, finalmente,
ingresan en la ya populosa cárcel de Soto del Real. Un banquero, tristemente
célebre, se descerraja un tiro en una finca de caza mayor. Todo ello acompañado
por el tenebrismo de la exhumación del cadáver de Salvador Dalí ex allegato
judicial. Se diría que es una munición lo suficientemente densa y
representativa de esta coyuntura para que alguien con pluma inspirada se ponga
manos a la obra.
Lo que yo daría por saborear un
capítulo de un episodio que narrara las sensaciones del hombre del fútbol –que él
llama furbo-- en su primera noche en el calabozo. Sin vino,
sin tabaco, sin aire acondicionado. Sin móvil ni tablette. No obstante, caigo en la cuenta de que sólo la pluma de Stefan Zweig podría retratar esos instantes. Noche
larga, pues, para el hombre del fútbol. Noche oscura.
No me sacarán ninguna palabra
sobre el caballero suicidado, que el equipo forense en su parte ha calificado
púdicamente como «autolesionado». Sobre su personalidad y lo dramáticamente
perjudicial de su biografía hemos hablado suficientemente en este mismo blog, y
a ello nos atenemos.
Tengo para mí que el cuadro de
la exhumación del pintor de Figueres es más propio de la narración de
Valle-Inclán que de don Benito. Pero bien podría ser que algún literato de
nuestros días se decidiera a escribir sobre este particular. Recuperando el
tenebrismo de tiempos antiguos. Motivos hay para ello: un grupo de mujeres
sevillanas hizo un zapateado en la tumba del fatídico general Queipo de Llano en
exigencia de que sus restos desaparezcan de la Basílica de la Macarena. Puro
Caravaggio, si hubiera nacido en Triana.
Vuelve el tenebrismo. Viva el
Roto. Con todo, deberíamos ir pensando qué tipo de España queremos dejar a Jordi Hurtado.
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