Recuerdo que hace ya muchos años
ciertos hijos de papá se erigieron en libertadores de la clase obrera. La
querían llevar librescamente al Paraíso. Desempolvaron viejos mamotretos de Sorel, los agitaron con los
libros rojos que tenían a su alcance y, disfrazados de anorak y chirukas, se
lanzaron a la operación Soviet Redentor. Aquello duró lo que duró; finalizada
la excursión volvieron al redil paterno, y con el mismo desparpajo que esgrimieron
la Vulgata emancipadora tornaron al dogma de Hayek.
Ahora, justamente ahora,
aparecen otros hijos de familia bien
que se erigen en redentoristas. La clase obrera ha sido substituida por «el
barrio», amenazado por el turismo en Barcelona. Un turismo, nos dicen, que practica el
barricidio (sic). Comoquiera que las viejas vulgatas se han secado en el camino
verde que va a la ermita de la vieja canción se ha sustituido el antiguo manual
por la navaja y el encendedor. Estoy hablando de esa muchachada de Arran, las juventudes de
ese partido extravagante que es la CUP.
El otro día un somatén de Arran
asalta –navaja en ristre y otros utensilios poco amigables-- en el Bus Turístic
de Barcelona. Insultan al personal, les obligan a bajar y pinchan las ruedas.
El Ayuntamiento de Barcelona comete el error de no informar de lo acontecido
hasta que Arran reivindica su disparatada acción, dejando pasar un par de días.
El PDeCAT, casa
antigua Convergència, pone el grito en el cielo, junto al Partido Popular y Ciudadanos. El PDeCAT, sin
embargo, no recuerda que la muchachada bebe las fuentes de la CUP, socio
dilecto en el Parlament de Catalunya. No hay que ofender a papá, no sea que se
encabrone y se abra otra crisis en el soberanismo catalán.
La cosa es grave. Pues indica
que hay ciertos elementos de kale borroka en Cataluña que no se denuncian con
la necesaria fuerza política. De no hacerlo podría estar gestándose un
movimiento de bronca callejera que no augura nada con pies y cabeza. Estas
cosas sabemos cómo empiezan, pero muy poco de qué manera acaban.
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