Por un
sindicalismo innovador y global
Escribe Javier
Aristu
España
ha tenido una “historia obrera” nada despreciable a pesar de haber sido un país
donde el desarrollo industrial fue escaso y de poca dimensión comparado con
otros como Reino Unido, Francia o Alemania. El siglo XX fue el periodo marcado
por el “conflicto de clase” y donde se producen los principales episodios y
teorizaciones acerca del mismo. Dos sindicatos asumen el protagonismo exclusivo
de dicho proceso, CNT y UGT, hasta la guerra civil. No es posible entender la
evolución política de España sin prestar atención, y no escasa, precisamente al
conflicto obrero. La política de izquierda, desde la fundación del PSOE en 1879
y el surgimiento del PCE en 1921, además de otros partidos provenientes de esa
cultura obrera, se halla impregnada, como no podía ser de otro modo, por esa
percepción de la vida social entendida como conflicto entre capital y trabajo.
La dictadura
franquista marcó un hiato histórico y cultural que todavía hoy estamos pagando.
Solo a partir de finales de los años cincuenta del pasado siglo y durante los
siguientes quince años renace un proyecto social y político ligado a la
temática industrial, obrera o de conflicto de clase. Es la época de las comisiones
obreras, esa “cuadrilla variopinta” —término que, usado por uno de los
autores del libro que tenemos entre manos— expresa muy bien las características
informales y magmáticas de las primeras organizaciones obreras. Luego la
“cuadrilla” se convertirá en sindicato en 1976, con cientos de miles de
afiliados y una potente organización que, a pesar de sus debilidades actuales,
es, sin lugar a dudas, un baluarte indispensable y un ariete decisivo para
acometer cualquier política social en estos años.
Los
autores del libro que comentamos proceden y han dado vida y teoría a Comisiones
Obreras. El primero, José Luis López Bulla, formó parte desde principios de los
sesenta de esa “cuadrilla variopinta”; es por tanto uno de sus primeros
dirigentes, y ha sido el secretario general de la CONC (las Comisiones Obreras
de Cataluña) durante veinte años. El segundo, Javier Tébar, es de la generación
de la Transición y se incorpora ya al sindicato organizado de CC.OO.
desarrollando en el mismo, desde la Fundación Cipriano García, un trabajo de
historia, memoria y teoría sin duda necesario en estos tiempos de mudanzas.
Estamos, pues, ante dos generaciones y dos miradas: la del sindicalista y la
del historiador.
El
libro es una pieza a dos manos, o tres si tenemos en cuenta también el Prólogo
de Antonio Baylos, importante jurista del trabajo, en el que desarrolla algunos
aspectos generalmente descuidados dentro y fuera del sindicato. Cada autor se
responsabiliza con su firma de la parte que le corresponde aunque en algunos
casos se entiende un cierto diálogo sobre cuestiones que ciertamente habrán
sido motivos de intercambio intelectual entre ambos a lo largo de estos años.
Otras publicaciones de López Bulla y Tébar demuestran la actitud colaboradora y
sinérgica que han desarrollado estos autores en los últimos años.
Veamos
la primera parte, firmada por López Bulla y que da título al conjunto del
libro: No tengáis miedo de lo nuevo. El uso del verbo se dirige a
sus antiguos y nuevos compañeros en el mundo del trabajo sindical, en los que
seguramente ha pensado cuando escribía el libro, como si López Bulla se viera
en un cierto compromiso ético y sindical para hablarles de cómo deben actuar
como sindicalistas. Y el mensaje es claro: ante lo nuevo, ante los innovadores
e inmensos cambios que se están produciendo en el mundo del trabajo, la peor
actitud que se puede tener es acobardarse y encerrarse en un fortín. Al
contrario, el dirigente sindical apuesta por lanzarse a la confrontación
intelectual, cultural y activa con esa “novedad” y tratar de, como se hizo en
periodos anteriores, ganar el terreno para conseguir beneficios para la clase y
para el conjunto de la sociedad.
El
autor parte del convencimiento de que no son buenos tiempos para el
sindicalismo, que está sufriendo en carne viva los continuos procesos de
mutación tecnológica en el mundo productivo. Su convencimiento es nítido: el
antiguo centro de trabajo industrial fordista está liquidado, muerto, enterrado.
Un nuevo concepto y práctica de centro de trabajo —él lo denomina ecocentro—
está expandiéndose por toda el área donde el capital se desarrolla, que es el
orbe. Y tratar de combatirlo con viejas recetas sindicales aprendidas en las
fábricas y técnicas fordistas es iluso e inútil (p. 48). Una de las causas de
la actual crisis sindical (desafiliación, pérdida de influencia social, exceso
de institucionalización, envejecimiento de su afiliación, burocratización de
los procesos de concertación y negociación, etc.) estaría ahí: el desajuste
entre cambios productivos y tecnológicos y una estrategia sindical ya superada.
Ya en
su propia introducción al libro, López Bulla es claro al decir dónde ve el
corazón del problema: éste “no es la globalización sino la revolución
tecnológica y productiva de esta fase con sus consecuencias de innovación y
reestructuración” (p. 34). El asunto no estaría, por tanto, en combatir la
anatomía del mercado como tal (globalización de mercados) como las profundas
mutaciones que se están produciendo dentro del moderno, global e
innovado centro de trabajo. Por tanto, el objetivo de la lucha sindical (y
política, diría yo) no es tanto combatir la globalización como incidir en el
desconocido pero inmensamente importante universo de las relaciones sociales
productivas. De nuevo surge la alternativa de replantear la lucha de los
contrarios, el capital y el trabajo, de una nueva forma, con una nueva
gramática, reconstruyendo viejos códigos y adaptándolos a la nueva situación.
La apuesta es polémica pero esencial si la izquierda social quiere encontrar un
sitio desde donde poder seguir siendo fuerza influyente.
Son
bastantes más aspectos los que López Bulla trata en su breve ensayo. Al otro
instrumento que ha servido para ampliar el dominio del capital, el taylorismo, le
dedica bastantes líneas. Javier Tébar, en su segunda parte, analiza también con
buenos aportes históricos este mismo problema. Sin duda, según Bulla y Tébar,
ahí radica una parte considerable de la derrota de la izquierda social. Y no es
casual que sea López Bulla quien trate este asunto de forma periódica y
detenida: él ha sido introductor de las ideas de Bruno Trentin en el ámbito
sindical español. López Bulla tiene traducida buena parte de la obra del
desaparecido dirigente italiano, entre ella la canónica La Ciudad del
Trabajo, sin duda uno de los tratados más sugerentes e interesantes de
los últimos treinta años sobre el mundo del trabajo en el área capitalista. En
opinión de Alain Supiot, Trentin ha sido no solo un hombre comprometido en la
acción sindical y política sino que se le puede considerar un pensador de
primer orden. En su Ciudad, Trentin señalaba la herida decisiva en
la derrota de la izquierda occidental: “la asunción acrítica por parte de la
izquierda de la llamada organización científica del trabajo” (Tébar, p. 113).
Esto es, que a través del taylorismo la izquierda, fuera esta reformista o
revolucionaria, asumió el cuerpo teórico e ideológico del sistema de management del
capitalismo industrial. Es sorprendente que —según nos cuenta Fernando Díez
Rodríguez en su Homo faber— tanto Léon Blum como Trotsky y Lenin
fueron defensores de este método de gestión de la empresa. Dicho cuerpo
teórico, el núcleo de la filosofía taylorista, estaría en la ruptura dentro del
mismo trabajador entre saberes y ejecución, lo que significa a nivel de fábrica
la ruptura entre planificación y ejecución de la producción. Tanto Bulla como
Tébar subrayan con rotundidad esa línea de argumentación consistente en
desembarazarse de las filosofías del management industrial
(sea taylorista o sus continuadores) si se quiere construir en verdad un
proyecto de liberación en y del trabajo.
Finalizando
con la parte del dirigente sindical me gustaría aludir a dos propuestas que, en
la perspectiva de la renovación o innovación sindical, formula López Bulla. Una
se refiere a lo que él denomina Pacto Social por la innovación
tecnológica. Con dimensión europea, lo aplica al ámbito español afirmando
que “para el sindicalismo español es el camino para reconstruir las
consecuencias de la crisis económica, trascender la reforma laboral y sus
efectos y, finalmente, resituar al sindicalismo en esta fase de
innovación-reestructuración” (pp. 53-54). Ese pacto, nunca entendido como un
típico acuerdo concertado en clave de rentas ni salarios, sería “un itinerario
que pone en el centro de sus preocupaciones y reivindicaciones [entiendo que
quiere decir las del sindicato, J.A.] el hecho tecnológico y los derechos de
ciudadanía dentro y fuera del ecocentro de trabajo” (p. 54), y que afectaría no
solo a las estructuras confederales sino a los territorios y sectores así como
a los ecocentros. Las resonancias de aquel Piano del Lavoro que
la central italiana CGIL de Giuseppe Di Vittorio acometió en 1949 me parecen
evidentes. Tal Pacto social por la Innovación Tecnológica recuerda también, ¿o
se inspira?, en la etapa más fecunda que ha podido tener la experiencia
institucional y social de Europa, cuando durante el periodo del mandato de
Jacques Delors, en los años entre 1985 y 2000, se pusieron en marcha políticas
de diálogo social que afectaron al conjunto de la Unión y que
supusieron en algunos casos avances interesantes en ciertas plataformas
reivindicativas de los sindicatos. Hoy, lamentablemente, asistimos a políticas
desde la Comisión y desde la UE diametralmente diferentes y contradictorias con
aquellas.
Hay
otras propuestas interesantes e innovadoras que se presentan (en relación con
los modelos organizativos, la participación en el centro de trabajo, la
representatividad, el papel del conflicto y la huelga en la vida social, etc.)
pero si tengo que cerrar esta parte del comentario del libro lo haría
resumiendo lo que el autor formula en el Tercer Tranco de la obra. Se trata de
un cuarteto de objetivos que debería tratar de alcanzar el sindicato de estos
tiempos y que dibuja las características de su batalla: 1) interpretar los
procesos reales que se producen en el centro de trabajo; 2) intervenir en la
organización del trabajo a través de una reformulación de la codeterminación que,
como aclara López Bulla, no es precisamente la cogestión; 3) proponer una panoplia de derechos en el
trabajo entre los que destaca el derecho al saber, al conocimiento, a la
formación, y 4) aclarar con quién se quiere acometer ese proyecto de
renovación, es decir, cuáles serían los “amigos y socios” del sindicato,
aquellos aliados que dentro y fuera de la empresa están por construir ese
espacio o reino de la libertad en el trabajo.
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