Es un negocio ruinoso vestir a
una mona de seda. El disfraz no puede ocultar que es una mona. Un negocio
ruinoso para quienes invierten en ese vestuario. Y mona sigue siendo aunque la
pongas en una peana o en el palco del
Liceu. Pongamos que hablo del presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy. De su
presencia como testigo en el juicio de la Gurtel.
Al hombre de Pontevedra le
vistieron con ricas sedas, le pusieron en una mesita, alejada
convenientemente del tradicional
banquillo de los acusados, pero siguió siendo Mariano. La opinión pública
española no tuvo dudas: el disfrazado no podía ocultar nada. La opinión pública
internacional también identificó al disfrazado y el lugar donde estaba.
Fallida, pues, la inversión en seda, abalorios y potingues. En suma, unos
dineros tan desaprovechados como los invertidos en su logopeda.
Algunos comentaristas, sin
embargo, prefieren creer que Mariano salvó los muebles. Una opinión exagerada.
O no han estado al tanto o pasan por alto la afirmación del hombre de
Pontevedra que manifestó que aquellas vacaciones en Canarias se las pagó su
partido; a buen seguro no midió el alcance de sus palabras. O cuando
tartajeó al serle preguntado por el inquietantemente famoso «Luis, sé fuerte» y
otros chapapotes. Por no decir del continuo cantinfleo del hombre de
Pontevedra, siempre tratado con sospechosa cortesía por el presidente del
Tribunal, don Ángel Hurtado.
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