Hace poco señalábamos que
mejoraban las relaciones entre las izquierdas españolas (1). En efecto, algo se
mueve en el panorama y refuerza lo que decíamos. Así lo avala el resultado de
la consulta interna de la organización de Podemos en Castilla—La Mancha. Los
podemitas han votado favorablemente a un entendimiento con el PSOE regional. A
un acuerdo con contenidos que, además, contempla que Podemos forme parte del
gobierno castellano—manchego. El resultado ha sido del 78 por ciento que
muestra el consenso importante de los podemitas con su grupo dirigente y
concretamente con José García
Molina.
Todo indica que se ha impuesto
la razón pragmática en ambas formaciones. La del presidente Page, necesitada de
que los presupuestos de la región tiraran hacia adelante; la de Podemos que
siempre pugnó por salir de la marginalidad institucional. Digamos, pues, que se
ha impuesto la obligación de hacer política frente a lo irredento de la bronca
permanente. Ha prevalecido intentar arreglar las cosas a seguir con la
inutilidad de tirarse los platos a la cabeza.
Dos elementos conviene destacar
en esta historia. De un lado, el apoyo de Iglesias al acuerdo; de otro lado, la
intervención del grupo de la andaluza Rodríguez contraria al pacto.
Efectivamente, Iglesias ha sido claro y se ha dejado de ambiguas mermeladas.
Por su parte, la Rodríguez ha sacado de su almacén algunos kilos de quincalla
ideológica para arremeter contra el acuerdo. Precisamente ella, que siempre ha
reclamado la autonomía en la decisión de las cosas andaluzas. «Consejos vendo,
que para mí no tengo», podría decirse.
Con todo, lo que no merece
silenciarse es el giro de Pablo Iglesias, el Joven. De tratar de blandengue a
Errejón en Vistalegre 2 ha pasado a cooptar su política, aunque dejándole en el
Limbo. Ha usado una técnica tan antigua
desde tiempos inmemoriales que siempre le perseguirá.
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