Voces
catalanas tan diversas como la del ex consejero de la Generalitat Santi Vila y la del
periodista Francesc—Marc Álvaro
con excelentes relaciones con la cúpula de Esquerra Republicana de Catalunya coinciden en
que ´se acabó lo que se daba´. El primero afirma que «el procés se ha acabado»; el segundo está hablando ya del «post procés». De momento no tenemos nada que
objetar a estas afirmaciones. Convendría, así las cosas, arriesgar un poco más
en la reflexión para ver qué novedades han
aparecido en esta nueva situación. A continuación esbozo con mucha cautela
estas variaciones.
1)
El procesismo
ha sido derrotado y sus dirigentes se encuentran divididos y, peor aún para
ellos, enfrentados entre sí. Es lo que tienen las derrotas y, especialmente,
aquellas situaciones en las que uno de los contendientes no sabe –o no quiere—retirarse
a tiempo. Porque lo peor no es ser derrotado sino, tras «la grande polvareda»,
verse dividido y enfrentado con sus compañeros de armas y bagajes.
2)
La pérdida de predicamento de Carles Puigdemont, que ha
dejado de ser el punto de referencia de la gran mayoría del independentismo es
tal vez el dato más espectacular. Hoy es influyente en su partido, Junts per Cat, pero su
alejamiento físico de la política catalana y de su intendencia ha provocado la
aparición de antiguos allegados que ahora tienen mando en plaza. Aquí vale el
dicho infantil de «Quien se fue a Sevilla perdió su silla». De hecho, su
representante en Cataluña, Jordi
Sánchez, es un hombre que, por su trayectoria política excesivamente versátil
y sus maneras verticalistas, no concita la adhesión de los diversos vecindarios
de Waterloo que con frecuencia le desautorizan. De hecho el acuerdo con ERC
para formar gobierno lo cocinó él sólo con su almohada. Así pues, la derrota
del procés está afectando y
resquebrajando la vieja disciplina del gen granconvergente.
3)
Estamos ante la aparición de un nuevo
líder institucional, el joven Pere
Aragonès, cuyo mandato está hipotecado por sus acuerdos con la CUP:
dentro de un año se verá si esta organización sostiene al nuevo president. O
tal vez antes, tras considerar que el junquerazo
–la vía unilateral a la independencia no es «viable ni deseable»-- es un «error
garrafal», pueda reconsiderar sus apoyos al govern catalán.
4)
Podría ser que ERC haya hecho la opción
de imitar al PNV que distingue entre la presidencia del gobierno y la dirección
del partido. O tal vez no sea fruto de una reflexión meticulosa sino obligados
por las circunstancias. Sea como fuere, el caso es que Junqueras será el jefe
del partido con mando en plaza indicando no sólo los objetivos a medio y largo
plazo sino –como ha sido ahora-- el giro
espectacular del viejo partido republicano. Con todo, nos alarma que un golpe
de timón de esa envergadura haya sido tomada verticalmente, sin –que nosotros
sepamos— la debida discusión en las bases.
5)
La gran incógnita será qué actitud
tomará el Partit del socialistes de Catalunya. Tendrá un
papel complicado. Deberá, naturalmente, estudiar los costes y beneficios
de su larga etapa de oposición en Cataluña mientras en Madrid gobernaba su
´partido hermano´ que, a su vez, le
interesaba la estabilidad de Cataluña. Digamos las cosas con fundamento: es
difícil compatibilizar hacer oposición al govern catalán, negociar las cosas
que obligatoriamente debe hacer incluso un partido serio de la oposición y,
simultáneamente, no interferir en las relaciones directas entre la Generalitat
y el gobierno de Pedro Sánchez. Diofanto,
famoso por sus embrolladas ecuaciones, se rascaría la cabeza encontrando la
solución.
Punto
final. Es la hora de la política en Cataluña; hasta la presente todo –o casi
todo-- ha sido una zahúrda.
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