La
cúpula del Partido Popular no
ha querido ver (más bien no le interesa ver) que los políticos que han salido
de la cárcel, tras el indulto, lo han hecho derrotados y divididos. Nada de lo
que motivó su ingreso en prisión tras una sentencia severísima ha triunfado y,
peor aún, ni siquiera tiene visos de avanzar. Pero a las derechas domésticas
carpetovetónicas no les conviene la derrota del procés, porque se quedarían sin motivos para existir. Es la
hipócrita consecuencia de la política de bloques.
Oriol Junqueras parece
entender lo que está sucediendo. Lo que no quiere decir que dentro de un
tiempo, por las razones que sea, diga justamente lo contrario de lo que ha
dicho en sus importantes declaraciones en La Vanguardia de hoy, domingo: «La
actitud del Gobierno español es la mejor que he visto en una década».
(Escalofríos en ciertas covachuelas del independentismo ultra y calambres en
Waterloo. Esquerra Republicana --dirán estos de labia ortodoxa y cabeza de
serrín-- están resucitando el santo
espíritu de Jordi Pujol. Se vuelve, pues, al
autonomismo).
Se
me dirá que los presos han salido –y el mismo Junqueras insiste en ello— exigiendo
votar sobre la independencia y la amnistía. Cierto, así es. Pero, con todos los
respetos, sostengo (como Pereira) que eso es
pura palabrería. Es ese guiño obligado como queriendo decir que «seguimos
siendo de los nuestros». No, ellos no
lo volverán a hacer. Han comprobado en sus propias carnes que han salido
derrotados y divididos. Son el gallo de Morón.
Y,
seamos claros, en esas condiciones de fracaso independentista se van a iniciar,
cuando encarte, el proceso negociador. Con todo, las derechas domésticas
carpetovetónicas seguirán trasladando el mensaje de que «España se rompe». Por
ahora eso es sencillamente imposible, porque la derecha no tiene la fuerza
necesaria para romperla.
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