sábado, 21 de marzo de 2020

La ciudad silenciosa y ´vacía´


Ayer me lavé las manos prácticamente cada hora. Esta es una micro novedad de mis costumbres. Esta mañana –ahora son las nueve y media— también he mantenido la frecuencia. Miedo o cautela, no sabría decir. Alguien me dijo que, para ser eficazmente preventivo, el lavado de manos debe durar por lo menos quince segundos. Aproximadamente –me dijo-- lo que dura cantar la primera estrofa de la Internacional con el estribillo. Mi padre hubiera recomendado la duración de los cinco primeros versos de Los campanilleros, que inmortalizó la Niña de la Puebla. (En cierta ocasión la Niña nos tumbó a Carles Navales y a mí mismo bebiendo güisqui, una noche en Cornellá).

Me pareció curioso que el tiempo de la recomendación no lo planteara medido por un reloj. Mi amigo hizo referencia al canto de la Internacional, cuando los trabajadores se la entonaban y se la sabían de corrido. Una recomendación que me hizo volver a mi niñez cuando mi madre adoptiva decía que el tiempo necesario para hacer los huevos duros era el rezo de cinco credos. El tiempo medido en términos sagrados. Para mi amigo la Internacional también es cosa sagrada.

Sagrada es también la relación entre la feligresía del independentismo cátaro con su presidente, ese Torra no incalificable sino abundosamente descalificable.  Esta es una corrección que me digo sobre la personalidad de este caballero. Del que ya podemos atribuirle la paternidad un síndrome. El síndrome de Torra: mentir espasmódica y descaradamente  sin importarle las consecuencias cuando se demuestra la falsedad de sus palabras. Sus declaraciones a la BBC merecerían que se le abriera expediente de incapacitación mental. En Santa Fe diríamos mentir a cosica hecha.

De momento no acierto a entender por qué algunos comentan este confinamiento con la angustia que ellos comparan con la de los habitantes de Orán, según relata Albert Camus en La peste. Y menos entiendo todavía la coz que Vargas Llosa le propina al francés: «es una novela mediocre». Los premios Nobel de Literatura, por lo que se ve, son una cofradía un tantico pendenciera.

En fin, Pineda de Marx sigue silenciosamente ´vacía´. Tan sólo se rompe el silencio a las ocho –a las ocho en punto— de la tarde, ya anochecida. Las palmas en robusto homenaje a los profesionales de la sanidad.

Punto final. Agradezco a Enric Juliana su regalo, que --¡vaya puntería!--  llegó el día de mi onomástica, san José. Es su último libro: “Aquí no hem vingut a estudiar”. Un homenaje a los presos políticos comunistas del Penal de Burgos.


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