sábado, 4 de agosto de 2018

La caída de Pedro Sánchez bien vale una pinza



La pinza es un quehacer político que une a los aparentemente contrarios contra un enemigo común. Puede alcanzar la categoría de pacto, explicitado o no, o concretarse en un itinerario conjunto frente a un tercero que no sólo molesta sino que interfiere la acción de los hunos y los hotros. La pinza viene de muy antiguo: ya se practicaba en la Roma republicana y, posteriormente, en  la Florencia medieval. Pinza fue también la que construyó el  muy católico emperador Carlos con los príncipes luteranos que acabó en el Saco de Roma. Una pinza explícita.

Nada hay nuevo bajo la capa del Sol. Hoy vuelve a reaparecer la pinza.

El Gobierno de Pedro Sánchez se mueve según las posibilidades que le permite la relación de fuerzas en el Parlamento. El Govern de Quim Torra, el holograma del hombre de Waterloo, sigue instalado esencialmente en la lógica circular –más bien, en una noria cansina. Pedro Sánchez ha prometido novedades. Puigdemont reincide en más de lo mismo. De Madrid vienen mensajes de cambio, también en relación a Cataluña; de Waterloo llegan inquietantes orientaciones que llevan al estancamiento y posterior decadencia de Cataluña.

La pinza es ahora el pacto implícito –repito, implícito— entre los de Puigdemont y la pareja mal avenida del Partido Popular y Ciudadanos. El punto de coincidencia es que nada se mueva. La cuestión catalana debe aumentar su temperatura canicular; al enemigo común de ambos no hay que darle respiro. Y, mientras tanto, para disimular la pinza, se alimenta la confrontación entre las fieles infanterías de cada cual. Y de la misma forma que el cuarto Enrique exclamó que «París bien vale una misa», Casado y Rivera parecen decir que la caída de Pedro Sánchez bien vale una pinza». Una pinza de ambos con el hombre de Waterloo, se entiende.


No hay comentarios: