El
gobierno de Pedro Sánchez se dispone a dar toda
clase de facilidades para atraer empresas a Cataluña. Es una manera –me dicen
desde el Ministerio de Industria-- de
contrarrestar la fuga de más de 4.000 empresas. Se trata de un éxodo como nunca
lo habíamos visto. Que ha sido provocado por la inestabilidad del procés. Es una diáspora que parece
afectar un bledo al hombre de Waterloo, a su franquicia y la feligresía
milenarista. Siguen en su calcorreo espasmódico del coro al caño y del caño al
coro. En pocas palabras, lo que durante el día pretende hacer Pedro Sánchez, a
partir de la noche se le pega fuego. Por el día: facilitar inversiones en
Cataluña por parte del Gobierno, durante la noche seguir con la matraca hasta
el desierto industrial, de la mano de Waterloo y sus adláteres.
Las
medidas que plantea el Gobierno de Sánchez no ocultarán, sin embargo, que se
perciban como una paradoja por parte de toda una serie de industrias. Es decir,
¿qué se hace con las empresas que permanecen? Con aquellas que están aguantando
el chaparrón de manera incombustible. Esta es una cuestión que interpela al
Gobierno, pero también a las organizaciones sindicales que no acaban de ver en
qué se está traduciendo el Pacto por la Industria que firmaron con ese Quim Torra, más interesado
en que se extienda el incendio que en reconstruir el tejido industrial.
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