Un sector aguerrido de
la cofradía intelectual independentista está justificando la dialéctica de los
puños. Es una vuelta a ciertos tiempos de antaño cuando algunos escribidores se
enfundaban en el correaje y en camisas de sospechosos colores. Algunos de ellos
han entendido que hay que supeditar el pensamiento a la consigna, que la
independencia de criterio es una chuchería del espíritu. Quim Monzó está entre
ellos. Lo demostraremos más adelante.
El incidente más
reciente de la bronca de los lazos amarillos ha sido el soberbio puñetazo de un
sujeto a una mujer que se empeñó en quitar esas telas. La señora quedó como un
Ecce homo. Y en eso entra Quim Monzó, indignado por la osadía de la mujer y,
poniendo lo mejor de sí mismo, lanza en tuiter un mensaje que denota hasta qué
extremos ha llegado la elaboración teórica de estos intelectuales: «Justo al
tabique nasal, vaya por Dios. Pero hay remedio: se puede substituir por otro de
platino, como hizo Frank Sinatra». Los cofrades del prenda jalearon la sutileza
del tuiter. La señora, tal vez, entienda que la reparación se la puede costear
la sanidad pública.
Gramsci
escribió un valioso estudio sobre el origen de los intelectuales
italianos. Alguien debería investigar el
origen y desarrollo de estos intelectuales independentistas. Se sugiere, en
primer lugar, que se establezca la diferencia entre la caída del pensamiento
crítico y el resurgir de los pesebres. Son cosas diferentes aunque ambos
caminos llevan, como ocurrió antañazo, a la dialéctica de los puños.
Quim Monzó o el
paradigma del inicio de una decadencia, la señal de que el quinqué del
pensamiento de algunos se ha apagado. De ahí que le preguntemos retóricamente,
siguiendo al mono y al tirititero de la fábula de Iriarte:
«¿De qué sirve tu charla sempiterna / si tienes apagada la linterna?». Una
pregunta mucho más amable, dónde va a parar, que justificar un directo a la
nariz de una señora. Gabriele
d´Annunzio hubiera sido más caballeroso.
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