Mientras
el independentismo catalán se mantiene en sus tronados trece, sigue el proceso
de ´desnacionalización´ de Cataluña.
Este es un proceso que viene de muy atrás mediante la reestructuración
de la economía en el contexto de la globalización interdependiente. Es algo que
no ven ni siquiera los adversarios del nacionalismo. Es un proceso que no se
detiene. Los símbolos y la retórica de la política no llegan a ser parches sor
Virginia.
Veamos:
la familia Raventós, catalana desde los tiempos de los layetanos, acaba de
vender el grupo de cava al fondo norteamericano Carlyle. O sea, el famoso cava
Codorniu está ahora en otras manos. Es el signo de los tiempos. La empresa
Raventós –el grupo industrial más antiguo de España con cerca de quinientos
años de actividad-- deja de ser
´nacional´ y se convierte, como cualquier trasnacional, en apátrida, aunque
disfrazada con la bandera de las barras y las estrellas.
No
es una anécdota. Y, como hemos referido, no se trata de un hecho aislado. Sin
embargo, en las covachuelas de la Generalitat y la casona de Waterloo esta
novedad no ha merecido el menor comentario. El nacionalismo no está para estos
asuntos. Lo suyo es construir castillos en el aire.
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