Gerardo Pisarello,
teniente de alcalde de Barcelona, quiere desempolvar del archivo una promesa de
los Comunes de las últimas elecciones municipales. Se trata, según nos dice el
regidor, del «salario mínimo de ciudad». Es un planteamiento que no
comparto. Es más, entiendo que podría ser un peligroso germen de derivas
corporativas. Más tarde lo argumentaré.
Ahora bien, una propuesta de
este calado debería definir, al menos, qué se entiende por «salario mínimo de
ciudad», qué ámbito tiene ad personam,
qué puntos de referencia, qué vínculos e incompatibilidades con qué, qué
sujetos lo van a negociar y, definitivamente, qué institución lo decreta.
Pisarello, jurista y prestigioso académico, sabe que son necesarias esas
formalidades en el mundo del Derecho. No es serio, pues, lanzar a boleo esa
propuesta y ver qué pasa.
Cuando apareció la mencionada
propuesta en el programa electoral de los Comunes nadie dijo nada sobre el
particular, a pesar de lo llamativa que era. Los sindicatos guardaron silencio,
posiblemente para no molestar las expectativas electorales de Colau y
Pisarello; yo hubiera hecho lo mismo porque en aquellas elecciones se jugaban
otras cosas. Quizá aquel silencio era una manera cordial de manifestar el
desacuerdo con la propuesta. Tampoco, desde el mundo académico –juristas del
trabajo, analistas laborales, economistas y sociólogos-- se comentó la jugada. En todo caso, lo
chocante del asunto es que el Ayuntamiento de Barcelona haya dejado dormir una propuesta como la que comentamos. Más
todavía, que no se haya preocupado de investigar a qué se debe el silencio de
sindicatos y del mundo académico.
El llorado Riccardo Terzi, insistía en
la necesidad de que los sindicalistas se convirtieran también en
«experimentadores sociales». Podía
haberlo ampliado también a los dirigentes de las instituciones. Con lo que,
exagerando las cosas, podríamos estar ante un Pisarello con voluntad de
experimentador social. En todo caso, al
confiado Terzi se le olvidó añadir que con cara y ojos, esto es, con punto de
vista fundamentado. Esta propuesta del salario mínimo de ciudad no lo tiene.
Pemítaseme una referencia
histórica: en el último tercio del siglo pasado los grandes sindicalistas
italianos (Lama, Trentin y otros) polemizaron agriamente con ciertos sectores izquierdistas que defendían la autonomía salarial
frente a todas las variables de la economía, entendiendo que el salario era una
variable independiente de todo. Era una idea que quienes la predicaban
provocaban el empantanamiento de los convenios. Me temo que la propuesta de
Pisarello va involuntariamente por ese camino.
La pregunta es: ¿por qué estamos
en desacuerdo con Pisarello? Porque si es válida –y factible, no se
olvide-- debería ser un elemento de
generalización para otras ciudades. ¿Cuáles? Así las cosas, nos encontraríamos
ante una estrategia desordenada –cada cual a su lucha por su propio salario
mínimo de ciudad-- que inevitablemente
adquiriría fuertes pulsiones corporativistas. El problema no sería tanto la
fortísima resistencia de la patronal (que lo es también) como el planteamiento
de una reivindicación con un batallón a la desbandada. Y ello precisamente en
unos momentos en que se precisa la más fuerte y compacta unidad social –y de
acción sindical-- por un incremento de
los salarios en la negociación colectiva, que es la batalla que han situado las
organizaciones confederales. En otras palabras, unos objetivos unificadores y
unificantes.
De ahí que me pregunte: ¿no es
mucho más sensato, por ejemplo, estructurar un movimiento movilizador para la equiparación
de los salarios de la mujer con los del hombre. Sépase que en la ciudad de
Barcelona la diferencia es del 22 por ciento. Y fuera de ahí ni te cuento.
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