El sindicalismo confederal
catalán ha estado implicado en determinadas fases del procés. El tiempo dirá si para bien o para mal. Ahora las cosas han
cambiado radicalmente. Ahora se está en esta coyuntura: la investidura del
President y la formación del nuevo gobierno. Es una investidura dificultada por
las fantasías egocéntricas del hombre de Bruselas, el apoyo granítico (hasta la
presente) y los titubeos de Esquerra.
Si Puigdemont no
entra en razones se corre el riesgo de entrar en una fase de mayor confusión e
inestabilidad con las repercusiones en el terreno de la economía, ya
suficientemente maltrecha.
Es una situación que no interesa
a la gran mayoría de la población, hecha la excepción de quienes afirman que «mi
reino no es de este mundo», una de las frases del evangelista Juan que más estragos, en
mi opinión, ha provocado en la historia de la humanidad. No parece, sin embargo, que el hombre de
Bruselas quiera desbloquear el problema. Por lo que nada hay seguro.
Si hemos quedado en que a la
gran mayoría de la población no le conviene esta incierta aventura, es de cajón
que al sindicalismo confederal y a sus representados tampoco le interesa. Hay
un enorme paquete de asuntos pendientes, algunos de ellos de principalísima
importancia como la aplicación del Pacto por la industria. De manera que el
sindicalismo no puede ser un espectador, sino un agente activo en desbloquear
el problema.
¿De qué manera? Con su propia personalidad. Exigiendo la formación de
un gobierno estable. Señalado con todo el desparpajo que se desprende de lo
dicho por quienes han protagonizado la «gran rectificación»: todo dentro de la
Constitución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario