Hace
días que leí un artículo del maestro Enric Juliana donde hablaba de la «destreza maquiavélica» de
Puigdemont
para sacar al PDCat del atolladero en el que se encuentra. Pues bien, no le
niego el pan y la sal al hombre de Bruselas, pero me parece excesivo e
inadecuado relacionar las figuras del hombre de Bruselas con la de Nicolás
Maquiavelo. Es excesivo porque ni siquiera los más
exaltados seguidores de Puigdemont, otra cosa es que lo disimulen, pueden creer
que el hombre de Bruselas puede sentarse a la diestra del secretario
florentino. E inadecuado el uso de la expresión maquiavélica, que deriva de
maquiavelismo.
Años
más tarde de la muerte de Maquiavelo los jesuitas, nueva cofradía pendenciera
de la Iglesia en aquellos tiempos, organizaron un combate a sangre y fuego
contra el secretario florentino y sus obras. Acuñaron la expresión «maquiavelismo»
como condensación de la doblez y la hipocresía, de la traición y la falsedad,
al lado de todas las perversidades morales. Los jesuitas siempre tan elegantes.
Y hasta consiguieron que tanto despropósito calara en los caletres de gentes de
ciudad y del campo, de cortesanos y villanos, de mitrados y curas de olla, de
intelectuales paniaguados y zapateros remendones. La yesca jesuítica y el
pedernal de la caspa crearon una sucia leyenda contra el quondam secretario. Ahora bien, no hubo solamente un anti
Manquiavelo católico. Un hugonote francés, de cuyo nombre no quiero acordarme,
escribe el primer Anti Maquiavelo, en 1576. Más todavía, en los infames
procesos de Moscú, una de las acusaciones del fiscal general (tampoco quiero
acordarme del nombre de este caballero) contra Kamenev, que había sido
embajador de la URSS en Roma, fue el haber escrito un prefacio a El Príncipe.
La
campaña fue terrible en Inglaterra: a los niños se les asustaba, desde finales
del siglo XVI, con «que viene Old Nick», el diablo, que se deriva de Nicolás
[Maquiavelo]. Digamos, entre paréntesis, que eso del adoctrinamiento de los
niños viene de tiempos antiguos. Por eso
me incomoda que el maestro Juliana, siempre tan agudo y preciso, hable de «maquiavélica»
y no de maquiaveliana.
Dicho
lo cual, vuelvo al punto de partida. ¿Hay alguna relación entre Puigdemont y la
destreza de Maquiavelo? Ni hablar del peluquín.
Maquiavelo
es el político e intelectual que insiste en la realidad, en la diferencia entre
«lo que es» y las fantasías de la mente. Maquiavelo tiene en la cabeza –último
capítulo de El Príncipe— la unidad de
los estados italianos. Y percibe la novedad del nuevo mundo europeo tras las
intervenciones en aquellos estados de los reyes franceses y de Fernando el
Católico. El es hombre que desmenuza la Historia frente al mito. Maquiavelo es
estrategia más que destreza. Y de ahí un hombre que soluciona problemas.
Lo
contrario es el hombre de Bruselas. Vuelo aldeanamente gallináceo. Europa sólo
se encuentra en su cabeza de manera instrumental: cuando está a su servicio. Su
aparente destreza es el embrollo. «Lo que es» se confunde con lo que su
cabezonería entiende que tendría que ser. Prefiere el mito a la Historia. Por
lo que, por favor, no jodamos la marrana. No hay comparación posible. N
siquiera exagerando.
Una sugerencia: no se pierdan ustedes el prólogo de Giuliano Procacci de El Príncipe, editado por la Colección Austral, primorosamente traducido por Eli Leonetti Jungl.
Una sugerencia: no se pierdan ustedes el prólogo de Giuliano Procacci de El Príncipe, editado por la Colección Austral, primorosamente traducido por Eli Leonetti Jungl.
Punto
final: Maquiavelo está enterrado en la Santa Croce, Florencia. En su tumba hay
una leyenda: «Para nombre tan grande ningún elogio es adecuado. Nicolás
Maquiavelo» (Tanto nomini nullum par elogium. Nicolaus Machiavelli), que está pagada
por suscripción popular. En la foto de arriba tenemos la tumba del secretario florentino.
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