No se pierda usted la lectura del libro El oficio de resistir, miradas de la
izquierda; su autor es Javier Aristu y Comares (Granada)
lo ha publicado. Se trata de una observación seria de la efervescencia de los
años sesenta y setenta de aquella Andalucía que luchaba por la democracia y de
sus conexiones con otros lugares, especialmente Cataluña. Es una obra que,
además, abre el camino a nuevas investigaciones historiográficas sobre el particular.
Y como ha dejado escrito, hoy mismo, Paco Rodríguez de Lecea: «Es la constatación de que los grandes
cambios ocurridos en la geografía social española en los sesenta tuvieron que
ver con el trabajo como elemento central, y que el trabajo fue el lugar en el
mundo al que se aferró una generación para resistir frente a una
política obsoleta y hostil, frente a unas jerarquías sociales y religiosas
inmovilistas, frente al peso de las rutinas y los prejuicios y los vicios de
pensamiento, palabra y obra de las elites dominantes». Póngase atención en que el trabajo fue «el lugar» de donde partió todo aquello. Suscribo lo dicho por
Paco.
He leído el libro con gran atención. De su
lectura y de mis propios recuerdos he sacado otra conclusión: no sólo fueron
años «de resistencia». En todo caso, admito que dicha palabra tiene evocaciones
muy llamativas. Ciertamente, se resistió con coraje. Por ejemplo, no recuerdo
que nadie inclinara la cerviz ante los poderes de la Dictadura. Ni a nadie que
se comprometiera a deponer las armas de la acción y de la inteligencia. Años de
resistencia, quede claro. Pero, al igual que en la Edad Media, eran tiempos de
algo más. Después volveré a ello.
Mi padre adoptivo me enseñó a leer la Edad
Media de otra manera. Fueron tiempos, también, de grandes novedades: los burgos
y sus catedrales, los grandes avances en la medicina, la gran poesía, la
fundación de las Universidades. Años de cohabitación de lo viejo con
importantes novedades. También los tiempos que relata Aristu, lo ha señalado
Paco Rodríguez de Lecea, fueron tiempos de novedades. Y, digámoslo ya, de
alternativas. Porque para llegar a buen puerto o la resistencia va acompañada
de alternativa o acaba agotándose.
Tomemos como guía en la vinculación resistencia
y alternativa a los principales protagonistas del libro, Fernando Soto y Eduardo Saborido, como paradigma de ambos
elementos. Ambos, padres nobles de la izquierda, resisten y crean alternativa.
La alternativa: la construcción de un potente y moderno movimiento democrático
de trabajadores, que tiene unas cualidades inéditas en la vieja relación entre
el partido y el sindicato. Es un movimiento que ellos mismos van intuyendo que
se escapa de los cánones de la antigua supeditación del conflicto social al
partido lassalleano. Fernando y Eduardo son efectivamente dirigentes del Partido Comunista de España, pero la tendencia que abren
es una nueva placa tectónica.
La alternativa es, como se
ha dicho, la puesta en marcha de un movimiento abierto, es decir, no
clandestino. Intuyen que la fábrica fordista lo permite. Y van aprendiendo que,
para que la acción colectiva sea abierta, a la luz pública, el movimiento debe
ser, tiene que ser forzosamente reivindicativo. Fernando y Eduardo, encima del
bidón, presiden la asamblea ecuménica de trabajadores que plantea y aprueba el
cuaderno reivindicativo y elige quiénes van a presentarlo a la dirección de la
empresa. Son los dos primeros oficiantes en la catedral fordista de la Hispano Aviación. Sin esa alternativididad
la resistencia no habría creado aquel formidable movimiento. Que todavía sigue
en pie. En apretada conclusión: de aquella Edad Media de Fernando y Eduardo
viene el Renacimiento del nuevo movimiento sindical. De aquella alternativa, quiero decir. En definitiva, la resistencia nace de los redaños; la alternativa viene de la inteligencia. Redaños e inteligencia que acumulaban Fernando y Eduardo.
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