jueves, 5 de diciembre de 2019

Cataluña está en los pucheros


«Consejos vendo que para mí no tengo» podría ser el lema de Paul Engler. Este ensayista norteamericano forma parte de ese tipo de intelectuales que van de país en país predicando aquello que en el suyo no tiene audiencia ni influencia. Por cierto, siempre me ha llamado la atención ese grupo gentes que, misteriosamente se convierten en personalidades y vienen a dar lecciones de política, que no pocos compran, mientras que en sus respectivos países sus libros siguen intonsos. Paul Engler es uno de ellos. 

Engler se define a sí mismo como «un cristiano contemplativo. Un cristiano místico. Nuestra fe se basa más en las enseñanzas místicas de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila o del actual movimiento que llaman Cristianismo Contemplativo» (1).  Alabamos el gusto literario de Engler, pero estamos inquietos por los consejos que un místico y contemplativo pueda dar a sus oyentes. La política tiene más que ver con la prédica del Galileo en el sermón de la montaña.

Este caballero, teórico de la desobediencia civil, está en Barcelona. O, por mejor decir, lo ha traído a Barcelona el sector místico del independentismo que encabeza el vicario de Waterloo. Así pues, Engler ha dejado la mesa de camilla  académica norteamericana para insuflar ánimos a la grey secesionista y, de paso, para llamar la atención mística a los ascetas de Esquerra republicana de Catalunya: no es en las mesas de cháchara donde se gana la partida sino elevando la presión. Es mediante la desobediencia civil, y recurriendo a la elevación, no menos mística, de Toni Comín haciendo sacrificios. Sacrificios materiales, se entiende. Porque de los espirituales, allá cada cual.

Engler está considerado un intelectual. Un intelectual de prestigio a los ojos de Torra y sus escribas sentados. Se diría que es un intelectual post post post moderno: no necesita investigar qué sucede en un lugar concreto  para proponer la solución a los problemas que existen. La mística es la salida. Engler barre a más de la mitad de la población catalana o la coopta para el misticismo secesionista. Ni siquiera, en su caso, sigue a Teresa de Ávila que dejó sentado que «también en los pucheros está el Señor». De ahí que le hagamos ver a este crístiano que no hay nada menos místico que los pucheros. Más todavía, que solucionar los pucheros es lo menos que le interesa al independentismo místico.


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