El
Congreso de los socialistas catalanes ha reelegido a Miquel
Iceta como secretario general. A la
búlgara. Lo que es sorprendente en un partido con ríos, afluentes y
subafluentes. Visto desde fuera de la organización me atrevo a dar una
explicación de las razones de tan rotunda elección.
En
primer lugar, estimo que es un gesto de reconocimiento a quien --en tiempos de
desbandada de importantes marinos de agua dulce que dejaron la nave en completo
abandono y nadie quería coger el timón— Iceta hizo de capitán, jefe de máquinas
y contramaestre. Arregló las cuadernas y calafateó la embarcación y salió del
dique seco.
En
segundo lugar, la aclamación de Iceta es una respuesta afectuosa a las, por
decirlo suavemente, salidas de pata de banco de los viejos galápagos del
socialismo que añora las nieves de antaño, algunos de los cuales le han
insultado gravísimamente. De esos dirigentes en parte herederos de la tan
confusa como dolorida generación del 98. Que ya empiezan a abrazar un preocupante
nihilismo, y algunos de ellos involuntarios valets
de chambre de la derecha de siesta y orinal.
No
siempre las votaciones a la búlgara
son inquietantes.
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