Todavía me hago cruces ante la
estrategia política de Jeremy
Corbyn, que ha resultado calamitosa para su partido, la izquierda y los
intereses europeos. Corbyn, un líder al que saludamos cuando se hizo con las riendas de un enflaquecido
Labour Party nos ha llevado a la perplejidad y a la falta de capacidad de
entender cómo se puede ser tan extrañamente incapaz.
La estrategia de este caballero ha
sido la siguiente: su partido debe ser neutral ante la salida del Reino Unido
de la Unión Europea. El partido no debe pronunciarse: cada cual tiene libertad
de voto en el referéndum. Más todavía, ello no debe entenderse como indecisión,
sino como postura política militante. Lo que a un servidor le parece una
consecuencia de la decadencia del Labour más allá de que su líder chochee a
destajo.
En pleno fragor del debate las
disensiones en el Labour aumentaron contra la neutralidad. Lo que llevó llevado a un sector de los
sindicatos (la confederación Unite) a llamar al orden de la ortodoxia. «Todos
debemos seguir el mismo guión», exige su líder, Len
McCluskey. Un sindicato en la inopia, que –frente al Brexit-- se
encoge de hombros. Política de chichinabo, dijimos hace tiempo. Dirigentes líquidos que no tienen fuerza, presencia
y potencia para enfrentarse con los derechones que van a degüello.
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