«Consejos vendo que para mí no tengo» podría ser el lema de Paul Engler. Este ensayista
norteamericano forma parte de ese tipo de intelectuales que van de país en país
predicando aquello que en el suyo no tiene audiencia ni influencia. Por cierto,
siempre me ha llamado la atención ese grupo gentes que, misteriosamente se
convierten en personalidades y vienen a dar lecciones de política, que no pocos
compran, mientras que en sus respectivos países sus libros siguen intonsos.
Paul Engler es uno de ellos.
Engler se define a sí mismo como «un cristiano contemplativo. Un cristiano
místico. Nuestra fe se basa más en las enseñanzas místicas de san Juan de la
Cruz y santa Teresa de Ávila o del actual movimiento que llaman Cristianismo Contemplativo» (1). Alabamos el gusto literario de Engler, pero
estamos inquietos por los consejos que un místico y contemplativo pueda dar a
sus oyentes. La política tiene más que ver con la prédica del Galileo en el sermón de la montaña.
Este caballero, teórico de la desobediencia civil, está en Barcelona. O,
por mejor decir, lo ha traído a Barcelona el sector místico del independentismo
que encabeza el vicario de Waterloo. Así
pues, Engler ha dejado la mesa de camilla
académica norteamericana para insuflar ánimos a la grey secesionista y,
de paso, para llamar la atención mística a los ascetas de Esquerra republicana de Catalunya:
no es en las mesas de cháchara donde se gana la partida sino elevando la
presión. Es mediante la desobediencia civil, y recurriendo a la elevación, no
menos mística, de Toni Comín
haciendo sacrificios. Sacrificios materiales, se entiende. Porque de los
espirituales, allá cada cual.
Engler está considerado un intelectual. Un intelectual de prestigio a los
ojos de Torra y sus escribas sentados. Se diría que es un intelectual post post
post moderno: no necesita investigar qué sucede en un lugar concreto para proponer la solución a los problemas que
existen. La mística es la salida. Engler barre a más de la mitad de la
población catalana o la coopta para el misticismo secesionista. Ni siquiera, en
su caso, sigue a Teresa de Ávila que dejó sentado que «también en los pucheros
está el Señor». De ahí que le hagamos ver a este crístiano que no hay nada
menos místico que los pucheros. Más todavía, que solucionar los pucheros es lo
menos que le interesa al independentismo místico.
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