lunes, 23 de diciembre de 2019

Disensiones entre Puigdemont y Quim Torra


De Garganta Profunda se ha hablado en otras ocasiones en este mismo blog. Garganta es mi amable serviola en las covachuelas de la Generalitat. Nos conocemos de antiguas comunes militancias en aquel partido que fue el útero de la lucha antifranquista, el PSUC. Garganta es un personaje demediado: durante el día aparenta desparpajadamente estar en el ajo independentista; por la noche me pasa información de las interioridades de palacio. Garganta es como la rosa de Alejandría: colorada de noche, blanca de día. Es su forma de hacerse perdonar el tránsito de su rojez juvenil al amarillo de su senescencia.

Garganta, utilizando la prosopopeya althusseriana –mitad marxista, mitad estructuralista--  me sugiere ciertas modificaciones en mis análisis en lo referente a considerar que, en estos momentos, la relación entre Puigdemont y Quim Torra se caracteriza por una solidez granítica. Las cosas están cambiando. El presidente holgazán está siendo puesto en entredicho por Waterloo. Es más, hay sospechas de que Torra le ha tomado cierto gusto a «ir por libre» y tomar decisiones sin evacuar las convenientes consultas. La gota que ha colmado el vaso, me cuenta Garganta Profunda, es la política fiscal pactada entre ERC y Catalunya en Comú. Esta política está siendo criticada furibundamente por los post post post convergentes de Waterloo y sus escribas agachados. «Es un ataque a las capas medias», vienen a decir con los mismos argumentos que tradicionalmente  usaron las derechas de secano. Todo atisbo de progresividad fiscal, por modesta que sea, es la ruina del país. La mismísima Musa del independentismo ha declarado en tv3 que quienes ganan 6000 euros al mes pasan apuros. El raholismo químicamente puro. (Sobre estas cuestiones han hablado recientemente Antón Costas y Jordi García--Soler). No es que Torra no participe de esta idea, es que –dicen desde Waterloo y se traslada a las altas escribanías de palacio--  no ha sido capaz de impedir el pacto entre los de Junqueras y los de Colau.

Más todavía, Torra aparece ante Waterloo como el principal responsable del oscurecimiento  político de los post post post convergentes, mientras que los republicanos aparecen en las encuestas como los posibles vencedores en las próximas elecciones autonómicas. Garganta, afilando la «navaja de Occam», me interpela: ¿no has notado que Torra apenas ha concitado solidaridad tras su reciente inhabilitación? (Mea culpa, estoy pagando las consecuencias de mi poca simpatía por Althusser).

En resumidas cuentas, Waterloo ha montado una operación para encubrir su fracaso echándole las culpas a su vicario. Waterloo goza del dogma de la infalibilidad, Torra amenaza con destrozar ese constructo. Por lo que hay que poner en marcha algo que corrija la maciza incompetencia del vicario. Me dice Garganta, recuperando el tono y la voz de comité central: «Se prepara el nombramiento de otro vicepresidente de la Generalitat. De probada obediencia a Waterloo. Competiría con el único que hay, Pere Aragonès, que es de ERC y sería el candidato a presidir la Generalitat».

Apostilla.--  Los viejos expsuqueros nunca mueren. Sólo se transforman, pero siempre tienen un recuerdo de la vieja militancia. Todos no, Josep Piqué no forma parte de la Orden de la Rosa de Alejandría.

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