Pongámonos en la tesitura de que nos
encontramos un día después de la sesión de investidura que abre las puertas a
un gobierno de coalición de izquierdas y un nuevo curso parlamentario. Una
crónica pormenorizada de los elementos que han hecho posible el gobierno de
coalición no debería olvidar estas cuestiones: el coraje de Pedro Sánchez en abrir esa experiencia inédita desde 1977, la apertura de
Pablo Iglesias a un pragmatismo clarividente y –en el lugar que objetivamente
le corresponda-- al apoyo del sindicalismo
confederal.
Como se ha dicho más arriba, estamos en la
hipótesis de que ya se ha superado positivamente la investidura. Por lo que a
partir de ahora el lenguaje que utilizaré en este ejercicio de redacción es el
que concuerda con tal hecho. Que será la base de un nuevo artículo del profesor
Javier Tébar y un servidor sobre las cosas presentes y las líneas
tendenciales que sugieren. O sea, este escrito es un borrador para amigos,
conocidos y saludados; es, pues, un
texto provisional de modificación y desarrollo.
Premisa: la legislatura puede caracterizarse
por una inestable relación de fuerzas en el Parlamento. El gobierno PSOE – UP
se verá obligado a hacer constantemente encaje de bolillos, que es cosa normal
en los gobiernos de coalición. De un lado, se verá agobiado por la tensión de
diverso voltaje por parte del «qué hay de lo mío», que es la sal y la pimienta
de todo grupo parlamentario que se precie; de otro lado, las cuadernas de la
nave gubernamental sufrirán el oleaje más inclemente por parte de los elementos
de las derechas de secano y orinal. Legislatura azarosa. La levantisca
piratería hará todo lo posible porque dure lo menos posible.
Al sindicalismo confederal no le conviene esa
previsión meteorológica. Noé –en este caso paradigma de la cuestión
social-- necesita que su arca navegue
con la mayor tranquilidad posible y sin sobresaltos. Noé o el sindicalismo
confederal.
Al sindicalismo confederal le conviene
coadyuvar –desde su independencia y autonomía propias-- a crear un recorrido político—institucional
que favorezca a sus representados, es decir, al conjunto asalariado. Con
conquistas materiales y nuevos derechos sociales, acordes con el nuevo
paradigma de la innovación tecnológica. Primero, porque está en su código
genético; segundo, porque la independencia no equivale a indiferencia. En este
caso concreto, la independencia sindical comporta beligerancia por el cuadro
político e institucional más favorable para sus representados y para –dígase
sin tapujos-- para el sindicalismo en
tanto que tal. Es hora ya de no confundir al sindicato con la muy venerable
orden franciscana.
«Hoy la clave es una reforma fuerte,
encontrar un espacio de negociación de la política con el mundo social y del
trabajo, con sus actores, y el apoyo a la investidura de un gobierno
progresista», como decimos Javier Tébar y un servidor ayer
en El País (1).
Se trataría pues de un encuentro de nuevo
estilo entre la política y el sindicalismo de contención y alternativa. De contención
frente a los embates de los agitadores y subversivos de las derechas de todo
pelaje; de alternativa de reformas dignas de ese nombre. Con resultados
materiales. Y, además, para que la democracia vuelva a ser fuerza de cambio y
no de estancamiento. O lo que es lo
mismo: la democracia necesita algo más que una mano de pintura. En resumidas
cuentas, para que la relación entre política y trabajo
sea el rasgo distintivo de la izquierda. Se nos hace difícil pensar la
izquierda y su proyecto fuera de esa relación. Con una aclaración: el
sindicalismo no es un sujeto de la
izquierda, pero está en la izquierda
con su independencia y su beligerancia.
Atención.
Hemos establecido la hipótesis de que estábamos en un día después de la
investidura. Era tan sólo el pretexto para reflexionar qué debería pasar cuando
se produzca tan importante acontecimiento.
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