José María Aznar
habló sin tapujos el mismo día que su heredero hacía las maletas. El sentido
central de su discurso fue auto proponerse como un nuevo «cirujano de hierro».
Todo lo que se ha hecho hasta ahora en los grandes conflictos que atraviesan el
país –piensa con altanería-- es pura homeopatía. Cirujano de hierro con la idea
de reunificar las derechas españolas. Esta es la operación a medio plazo, que
seguramente ha incomodado a los de Albert Rivera.
Ahora
bien, el objetivo inmediato es intervenir en el post rajoyismo y,
concretamente, en el proceso que va a conducir al congreso extraordinario del Partido Popular. O sea,
según Aznar, todo lo que se aparte de su conducción política es un placebo. La
paradoja, en todo caso, es la tronada concepción de que la unidad se hace
rompiendo lo que hay. Y lo hace en el momento más delicado de la biografía del
PP, del que sigue siendo presidente de honor. Delicado porque se están lamiendo
las heridas del desalojo de la Moncloa y porque ya se ha abierto la carrera de
sacos de la sucesión.
Pocos
apoyos tendrá el hombre de las Azores en los grupos dirigentes del partido.
Pero no sabemos qué influencia tiene en el cuerpo difuso de la organización.
Sea como fuere las consecuencias en la vida política española serán evidentes:
un incremento del ardor guerrero del Partido Popular que aumentará su
agresividad contra el gobierno de Pedro Sánchez
y un endurecimiento de su línea política como demostración de energía viril,
sea esto lo que fuere. El PP no estará para pactos de Estado ni para obras
menores. No hay que dejar quintacolumnistas a las espaldas, y el aznarismo es
quinta columna pura y dura. Conclusión provisional: ni siquiera asomarán la
cabeza los tímidos y escasos evolucionistas, que esperarán a que escampe.
No
parece que la resurrección de Aznar convenga a los de Rivera. El proyecto de Ciudadanos no pasa por la
unificación que propone el hombre de las Azores, sino por la fagocitación del
electorado del PP. Pero con este Rivera nunca se sabe. No obstante, todo indica
que la irrupción de Aznar en la escena puede encantar al independentismo
(sector machamartillo). Es la intemerata. Porque Aznar es la garantía de la
guerra sin cuartel, el despedazamiento mutuo del que ni siquiera se libre el
apuntador.
Punto
y aparte. Dejo
constancia en mi diario de la muerte de tres amigos, sindicalistas de raza:
Emilio Huerta, a quien llamábamos cariñosamente Triqui,
asturiano, Giacinto Militello y Pierre Carniti,
italianos. Estoy de luto.
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