Quim Torra fue a Berlín a recibir consignas. Es la
misión de este paniaguado. Trajo órdenes estrictas, o sea, comportarse como
dejó sentado aquel irascible de Belardo:
“pisálo, pisálo, al enemigo ni agua”. De ahí que durante toda la mañana de ayer
se sacara pecho: Torra no acompañará a Felipe Sexto en la tribuna de los Juegos
del Mediterráneo. Pero la palabra de Carles Puigdemont
ya no es la voz de Dios como antes. Y hay quien matiza. “Eso es
demasiado”, parecían decir. Golpe de teléfono a Berlín. Nuevas órdenes: te vas
a la manifestación contra el Borbón y después le acompañas en el palco. Dicho y
hecho. Una de cal y otra de arena.
Propongo dos cuestiones a considerar.
Pimera, ahora el adversario principal de
Torra no es el presidente del Gobierno (en este caso, Pedro
Sánchez), ahora es el rey. Todavía está muy cerca el voto favorable a
Sánchez en la moción de censura, un desaire público al presidente abriría la
puerta a una situación agria en el interior del independentismo, entre los
partidarios del sí a Sánchez y sus contrarios. De manera que el gesto hay que hacerlo contra el corazón
del Estado, contra su jefe: el sexto Felipe.
Segunda, han exagerado quienes han calificado
a Torra como intelectual. Si es por los libros que ha escrito, debo recordar que Marcial
Lafuente Estefanía, celebrado autor de millares de novelillas del Oeste
en los años cincuenta, nadie –ni siquiera él mismo-- habría aceptado la calificación de intelectual. Cualquier intelectual que
se precie sabe a qué atenerse cuando se habla de “borboneo” o “borbonear”.
El bisabuelo del sexto Felipe, Alfonso XIII, exageró ad nauseam los trapicheos político—palaciegos de su abuela, Isabel II. Alfonso hacía y deshacía a su antojo,
incluso en la vida interna de los partidos dinásticos. Era el borboneo.
Afortunadamente la Constitución
Española del 78 le rompió el espinazo. Pues bien, el
presidente Torra y sus hologramas sitúan ahora le centralidad del conflicto
entre “Cataluña” y el Borbón. Y le piden que intervenga. Le piden exactamente
que borbonee. Error. Aunque, pensándolo bien, tal vez sea una inercia del
pasado. Cuando el carlismo y sus sacristanes alborotaron el ruedo ibérico.
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