No
es cierto que no haya puntos de acuerdo entre el independentismo más atrabiliario
y el Partido Popular. Unos y otros tienen una coincidencia: la
furibunda animadversión a Josep Borrell, el
hombre tranquilo. De un lado, Carles
Puigdemunt, tras hacerse público el nombramiento de la cartera de
Asuntos Exteriores, la acusa de difundir el odio, que solamente es una consigna;
por no hablar del Guadiana Carod-Rovira,
que le acusa de tenerse «auto odio», ningún psicobolche bonaerense hubiera llegado a tanto con tan
chocante diagnóstico. De otro lado,
algunos iracundos de la cofradía marianista le han puesto ya la proa.
Lo
cierto es que Borrell es la bicha
para los creyentes del independentismo (sector machamartillo), porque desmontó,
con los datos en la mano, toda la extravagante leyenda del «España nos roba». Un
constructo tomado como préstamo del populismo italiano: «Roma ladrona». Borrell
es, además, el mal sueño de las derechas españolas desde que hizo añicos en un
famoso debate televisivo a Rodrigo
Rato cuando este parecía que se iba a comer el mundo.
El
España nos roba ha tenido dos fuertes
enemistades: uno, la rigurosa exposición de Borrell con un potente aparato
estadístico; otro, las actividades financieras pro domo sua de Jordi
Pujol y sus allegados. Tras Borrell el dicho fue puesto en
sordina.
Borrell
o el hombre tranquilo. Temido por sus saberes académicos, pero nunca querido.
Porte aristocrático, talante circunspecto.
Él no está en política para ser querido, ni se comporta como un político
pachanga al uso. De manera que es un hueso duro de roer.
El
nombramiento de Borrell como Ministro de Asuntos Exteriores es un acierto.
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