Díganme ustedes cuándo se ha
resuelto una crisis ministerial tan rápida y eficazmente. En todo caso, el dato
es que en horas veinticuatro un ministro dimite y se acepta su dimisión. Màxim Huerta se va por
donde ha venido. Le distingue su gesto, pero no los argumentos que ha dado en
su comparecencia ante los medios. «Lo hacían todos…», ha declarado. Por ahí,
no.
La oposición está afectada,
especialmente el pendenciero portavoz del PP, Rafael Hernando. No esperaba la dimisión ni
tampoco la deseaba. Quería que Huerta se aferrara al butacón y Sánchez se lo
permitiera. Al fin y al cabo, ese es el Libro de Estilo al uso. De esa manera,
dispondría de carnaza para la guerrilla política. Hernando, al igual que Cospedal («Hay que proteger
a los nuestros») ha sido fabricado con los mimbres viejunos que se estilaban en
el patio de Monipodio.
Este Hernando no ha sabido percibir que algo
está cambiando, aunque todavía no sepamos su diapasón. El fracaso del portavoz-jabalí
parece evidente: esperaba que se asentara la idea de que todas las gallinas
cluecas protegen a sus polluelos. Ahora le toca seguir la máxima de la cueva de
Montesinos: «esperar y barajar». Mientras tanto, tendrá que aguardar nuevos
informes de las empresas huelebraguetas para ir a la caza de todos los demás,
menos de los suyos.
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