miércoles, 23 de mayo de 2018

El federalismo, una hipótesis razonable




Conversación con los federalistas mataroneses
en el Café de Mar. 22 de Mayo de 2018

José Luis López Bulla


En palabras académicas podemos decir que nuestro país atraviesa una serie de crisis superpuestas; si hablamos castizamente hemos de convenir que, en determinados aspectos, España está hecha unos zorros. Crisis superpuestas: la condición de vida y trabajo de los sectores más débiles de la sociedad; crisis política e institucional y de los sujetos que intervienen en ella; y crisis territorial. Y negros nubarrones que vienen de Oriente Próximo que pueden interferir la tímida recuperación de la macro economía con las subidas que estamos viendo del precio del petróleo. Por no decir los malos aires que nos vienen de Italia tras la formación del nuevo gobierno. Atención al reciente informe del Banco de España donde alerta contra la exagerada afirmación de las autoridades gubernamentales sobre la recuperación económica. Alerta.

No me es posible abordar todos esos registros porque tampoco se trata de alargar innecesariamente mi intervención, así es que hablaré de lo que se ha dado en llamar «crisis territorial», porque entiendo es lo más apropiado a las características de este encuentro. No me limitaré a señalar la patología, así que propondré un modesto proyecto alternativo sobre el particular. Dicho brevemente: hablaremos de federalismo. En todo caso, gran parte de lo que iba a decir ha quedado expuesto en este documental, Federal, que ha realizado Albert Solé con mano ducha.


Primer tranco

El problema más áspero de la crisis territorial se encuentra en el independentismo catalán. Que ha crecido espectacularmente en los últimos diez años. Un incremento de estas características bien merece una reflexión a tumba abierta. El interrogante central es: ¿por qué el nacionalismo y su fase superior, el independentismo, han alcanzado tan importantes cotas de representación y representatividad en Cataluña? Este es un borrador para amigos que intentará aproximarse a una respuesta con punto de vista fundamentado. La tesis que plantearé en esta conversación es la siguiente: el nacionalismo se ha desarrollado y llegado a amplias masas gracias al abandono de la lucha de ideas por parte de las izquierdas así en nuestro país como en Europa. Esta es, a mi entender, la clave central.  

Segundo tranco

Las izquierdas no han sabido interpretar los grandes cambios y transformaciones que se han operado a lo largo y ancho del planeta. Se han empeñado en hacer política con las mismas ideas e instrumentos que han utilizado durante el siglo pasado. Han sido cambios gigantescos que se han operado en la globalización de la economía y del trabajo. Han diseñado políticas –industriales, fiscales, de Estado de bienestar, etc--  propias de una situación que gradualmente iba dejando de existir. Y, de otro lado, tales políticas han tenido como método exclusivo el Estado nación cuando se iba acentuado la dimensión global. Así las cosas, se ha ido produciendo un gran desfase entre tales políticas y la realidad, que continuamente iba transformándose. Estamos en Mataró donde las grandes catedrales fordistas (Gassol, Subirá, Inex …) son ya pura arqueología. El resultado de ello ha sido la continuada pérdida de apoyo de masas de las izquierdas en toda Europa. Este es el resultado de unas crisis de las izquierdas: de proyecto, de liderazgo y de representación. Ahora corren el peligro de caer en la irrelevancia.

Crisis de proyecto. Durante los años más duros de la crisis económica ha estado silenciosa y sin saber qué proponer. Más todavía, durante ese periodo ha sido incapaz de ofrecer una crítica razonada al impetuoso proyecto independentista, que –aunque no sólo--  es también una reacción populista, corporativista y reaccionaria frente a la globalización y la interdependencia. Hago notar el carácter corporativista del nacionalismo y su fase superior, el separatismo. Corporativismo, porque solamente va a lo suyo y se confronta con lo de los demás.

Hace tiempo que me planteo hasta qué punto las izquierdas tienen su responsabilidad en la falta de análisis del nacionalismo. Y vengo dándole vueltas a la cabeza sobre una cuestión lejana que puede ser sorprendente. Hubo un momento, después de la Segunda Guerra Mundial, que los partidos comunistas europeos elaboraron sus propios proyectos de marcha al socialismo, especialmente los italianos, dirigidos por Palmiro Togliatti. Eran las «vías nacionales al socialismo». Me crié políticamente en esos planteamientos y sigo creyendo en ellos. Ahora bien, en la práctica tales vías significaron el olvido del internacionalismo y de la solidaridad internacionalista, que quedaron reducidas a mero protocolo declarativo. Y aunque las izquierdas nunca se declararon formalmente nacionalistas en la práctica hacían política nacional obviando el contexto internacional que cada vez más se hacía global. Mutatis mutandi fue desapareciendo la crítica de la razón nacionalista. Pongamos un caso que avala lo que quiero decir: en todos los periodos electorales de las europeas el debate y la lucha por el voto se han caracterizado solamente por las cosas domésticas, dejando de lado la gran cuestión europea. E lo que he llamado política de campanario.

En resumidas cuentas, el abandono de lo internacional, que ya iba siendo global, de las vías nacionales al socialismo consolidó el carácter nacional y nacionalista de la izquierda, que ya practicaba la socialdemocracia europea tras la votación de los créditos de guerra en 1914. Más todavía, la práctica desaparición del horizonte de la transformación de la sociedad –digámoslo sin tapujos--  iba vaciando las ideas del gran cambio social en un amplio sector de la vieja militancia que se vio deslumbrada por la aparición del nacionalismo y su fase superior, el independentismo. La orfandad, se dice,  aborrece el vacío.  

Hasta la presente es mayoritaria en la izquierda la idea del origen del procés independentista. Es la siguiente: los efectos tremendos de la tristemente célebre Sentencia del Tribunal Constitucional, que pasaba la garlopa en aspectos no irrelevantes del nuevo Estatut; de un lado; y, de otro lado, la reacción del govern Mas para desviar la atención de su política de recortes, en los que por cierto tuvo como arquitecta funcional a Elsa Artadi, pieza central del actual gobierno subalterno de la Generalitat.  No contradigo esa versión del origen del procés. Pero esa no es ni toda ni la principal explicación.

Yo lo veo de esta manera: el momentum del inicio del procés se da cuando, desde la covachuelas del independentismo, se toma nota de la aparición de un movimiento intimidante: la aparición de los indignados en la Plaza de Cataluña, el famoso 15 M. En sus asambleas permanentes los acampados –un movimiento interclasista--  no mencionan ni por asomo la cuestión catalana, el bilingüismo se utiliza con naturalidad y les importa un rábano el esencialismo nacionalista. Algunos perciben que ese movimiento no es cooptable como lo han sido mayoritariamente las izquierdas. Estupor, pues. Hay que contrarrestarlo con una potente ofensiva de nuevo tipo.  Sólo añadiría como fecha emblemática el 15 de junio de 2011, cuando Mas tiene que utilizar un helicóptero para llegar al Parlament. Por cierto, para aprobar unas leyes de recortes apoyadas por el PP.

En resumidas cuentas, el inicio del procés es, así las cosas, un momento de confrontación interna de Cataluña. No es, por tanto, una pugna entre Barcelona y Madrid. Cuestión diferente es lo que irá sucediendo posteriormente.  

Tercer tranco

No quiero ser aguafiestas, pero debo decir lo siguiente: el doble conflicto que vivimos entre las dos Cataluñas y el de una parte de ella con España será de larga duración. No es fatalismo, es simplemente la constatación de la gravedad de una situación como la actual. Más todavía, en Cataluña una parte de la sociedad podría encontrarse emparedada entre los independentistas y los neo lerrouxistas. Este conflicto da vidilla a ambos polos y, posiblemente, se agudizará con el legitimismo del presidente vicario y las ínfulas de Ciudadanos. Es la mutua retroalimentación. Paciencia, pues.

Tener paciencia no equivale a dimitir de hacer propuestas. Por ejemplo, Joan Coscubiela ha propuesto unas cuantas que llama microsoluciones. Una se ha realizado ya: la formación de un gobierno que debemos juzgar por sus hechos concretos. Faltan dos: la retirada del artículo 155 y la puesta en libertad de los presos. Lo segundo ya no se sostiene tras la gigantesca chapuza del juez campeador. Por lo que a mí respecta propondría una cuarta microsolución: un entendimiento entre sindicatos y patronal en dos direcciones: a) evitar que se marchen más empresas de Cataluña, y b) recuperar lo que se pueda de las que nos han dejado. En efecto, son unas propuestas minimalistas, de choque. Porque lo que naturalmente se trata de elaborar un proyecto estratégico.

Cuarto tranco

Un proyecto estratégico para España hemos dicho. Porque no es posible una nueva arquitectura institucional sin una reforma a fondo de la Constitución. Nada se mejoraría con sólo un baldeo de cubierta. Se trata de reformar ordenadamente el todo para que encajen adecuadamente las partes.  Pero ya estamos en condiciones de imaginar que ello tampoco daría satisfacción al independentismo. Lo único que haría –posiblemente, pero no tenemos certeza de ello--  es restarle aliados y consenso de masas. Concretando, primero la reforma del todo, después la revisión y encaje, concretos, de los problemas territoriales.

Aprovecho la ocasión para polemizar con una idea que empieza a circular por ciertos ambientes intelectuales barceloneses. Plantean que el diseño institucional más adecuado es el referente a la ciudad. La ciudad como marco que substituye al Estado. Por mi parte, tal como están las cosas ahora dan ganas de decir que el Estado tiene los siglos contados. En todo caso, habrá que convenir que este planteamiento, el de la ciudad como marco institucional, tiene la ventaja de que dichos círculos intelectuales quedan eximidos de responsabilidad política. Yo no comparto ese diseño. Porque conduciría al corporativismo territorial más exasperado.

Es necesaria una nueva arquitectura institucional. Ahora bien, me es obligado reconocer que, bajo el sistema de las autonomías, España ha alcanzado los más altos niveles de progreso y desarrollo. Alguien tendría que decirlo. Una nueva arquitectura institucional porque ya no valen los meros ajustes funcionales. Y no veo otro camino que el federalismo. Es más, yo diría que el sistema autonómico, a pesar de todo, ha sido una escuela razonablemente buena para el nuevo camino federalista.

Me interesa decir lo siguiente: yo soy un federalista tardío, y lo soy por descarte de otras opciones. Es decir, mi federalismo no es ideológico sino pragmático en el sentido que Richard Rorthy le da a esa palabra. Entiendo, además, que el federalismo tendrá no pocas enemistades e interferencias. Es algo más que una intuición que el PP le pondrá la proa, que algunos sectores del PSOE harán tres cuartos de lo mismo, y que Ciudadanos mostrará su más enfebrecido ardor guerrero en su contra. Más todavía, el independentismo catalán tampoco estará por la labor. En todo caso, de ahí se debe partir. Las dificultades no son, pues, la conclusión sino el punto de partida.

He oído decir hoy que el federalismo es la única solución posible. Sea. Pero un servidor, que ya tiene mucho hartazgo de certezas, prefiere decir que el federalismo es la hipótesis –una hipótesis no equivale a certeza--  para arreglar la osamenta del país.

Esto es lo que quería en Mataró, en el Mataró de Joan Peiró, Antoni Martí Bernasach y Teresa Cortina. Internacionalistas de noble estirpe.

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