La paradoja: la rectificación de
Quim Torra, nombrando
nuevo gobierno de la Generalitat de Catalunya, señala su propio fracaso. Quede
claro: no censuro el gesto, simplemente constato su carácter paradójico.
Veamos.
El pasado día 11 Torra nombró
vicariamente una serie de consejeros sabiendo que serían tumbados por el hombre
de Pontevedra. El BOE devolvió el trágala
al Palau de la Generalitat. En realidad le estaba recordando a Torra una
orientación de Maquiavelo: no amenaces en vano.
Pero el presidente vicario no es hombre de sutilezas, es aproximadamente un
compulsivo liante. Un hombre que confunde el acto de gobierno con una apuesta
en el mostrador de una taberna de postín.
Han pasado diecinueve días hasta
la rectificación. O sea, se ha prolongado gratuitamente el artículo 155 en aras
a la desobediencia auto exigida. Casi
tres semanas que sólo han servido para el mantenimiento de la tensión en
ciertas playas catalanas con las crucecicas amarillas. Una estética escasamente
atrayente para el turismo internacional y el doméstico.
Al menos en este caso la desobediencia ha fracasado. El Estado,
según la familia de los Médicis,
no se defiende rezado padrenuestros. Es casi seguro que la CUP no verá con agrado el
retorno a la autonomía. Pero no seremos nosotros quienes le echemos un cable a
los cuperos.
Mientras tanto, el hombre de
Berlín se inquieta por la moción de censura contra Rajoy. Es necesario que todo
siga igual para que él y sus franquicias mantengan prietas las filas, recias,
marciales. Con la música antañona del
afilador que avisa al vecindario que
afila cuchillos y repara cacerolas. Lo viejo se defiende como gato panza arriba.
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