Tenían
prisa por conseguir la quimera, no para solucionar los problemas, viejos y
nuevos, de la gente de carne y hueso. Tenían prisa por conseguir la
independencia de Cataluña que habían creado en sus cabezas, pero no movieron un
dedo para mejorar las cosas.
Primer tranco
Ha
terminado un ciclo, aunque el problema continúa. Ha caído el telón del primer
acto de la quimera. La desposesión de la condición de diputado de Quim Torra, y las
condiciones que la han rodeado, ha cerrado un confuso ciclo político en
Cataluña. Ha sido un periodo donde el variopinto grupo dirigente
independentista se fue desmigajándose y en cada avatar perdía consistencia. Con
todo, lo más llamativo ha sido la endémica división del independentismo
político en las dos banderías más conspicuas: Esquerra Republicana de Catalunya
y los post post post convergentes, o sea, las astillas del frondoso árbol
pujolista. Para entendernos, Oriol
Junqueras y Waterloo,
a través de la poco diligente figura de Quim Torra.
Lo
diremos sin melindres: el independentismo ha sufrido una derrota sin
paliativos. (Que no equivale a la batalla final, ciertamente). La derrota se ha
producido porque sus principales dirigentes construyeron un castillo en la
arena: «la independencia –dijeron-- está
al caer», «nuestro ingreso en la Unión Europea es coser y cantar», «el Estado
no tendrá más remedio que rendirse». Un grupo dirigente patológicamente nervioso,
que ignoraba la potencia del Estado y la relación de fuerzas en la Unión
Europea. Peor todavía: un grupo dirigente que ignoraba la realidad de la propia
Cataluña; que minusvaloró el profundo desagrado de amplios sectores, no menos
catalanes que ellos, que se oponían a tanto desvarío. Un grupo dirigente que ni
siquiera se percató de que la proliferación de grupos y grupúsculos –algunos de
ellos son un revival de aquella Terra
Lliure-- era la más
evidente lógica de su fracaso político.
Segundo tranco
De
un lado, Torra --el emblema de la exasperación y del nerviosismo, de la
incapacidad y la holgazanería-- ha dejado de ser diputado, como primer aviso de
la desposesión de su condición de presidente. De otro lado, la casi total
ruptura entre ERC y los de Waterloo. Lo uno y lo otro sólo ha provocado una
descomunal zahúrda en el Parlament. La única incidencia en la calle ha sido el
llamamiento de la Assemblea Nacional Catalana a apoyar al nuevo mártir desposeído:
acudieron cuatro y el cabo, y ante lo escuálido del resultado –200 almas entre
fumadores y no fumadores-- se desconvocó
la acción.
Tercer tranco
Los
partidos independentistas han ido cada uno por su propio camino; los de Torra,
exhibiendo pecho y siguiendo el exitoso lema de Puigdemont: montar un «Pollo de Cojones»,
aplaudido por la sección femenina de Waterloo; los de Junqueras, procurando
hacer política los días alternos, lo cual ya es un paso. Con todo, un importante
sector de la ciudadanía catalana está considerando que la política –mejor sería
decir «su política»-- ha fracasado.
De
ahí podría ser que algunas expresiones minoritarias y esporádicas de sabotaje y
escuadrismo, de violencia e intimidación
se instalaran con más amplitud y frecuencia.
Cuarto tranco
Las
cartas están echadas: o ERC juega la baza de la gobernabilidad de España y deja
de lado sus intentos de equilibrio
pendular o acabará siendo un factor de embrollo político. ERC debe tener
claridad en lo siguiente: Waterloo y las derechas de secano y orinal, siendo cosas
no similares, tienen el mismo objetivo, a saber, crear la mayor inestabilidad y
que todo proyecto de izquierda siga siendo una asignatura pendiente.
Conclusión:
póngase orden en este gallinero y convóquense las elecciones catalanas.
Quinto tranco
Dicho
lo dicho me reafirmo en la importancia de la Plataforma de Apoyo al Gobierno
Progresista. De ella hemos hablado en
anteriores ocasiones: (clique) Declaración del COLECTIVO PROMOTOR de la PLATAFORMA DE APOYO AL PROGRAMA
DE GOBIERNO PROGRESISTA.
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