Joaquín Estefanía es más moderado: el capitalismo
cambia de piel. Tiene interés su artículo en El País de hoy y, a la vez, la sugerencia
de lectura de toda una serie de libros que pueden dar luz sobre el particular.
En el importante elenco de sus recomendaciones se encuentran dos que nos son de
autores familiares: ´Reescribir las reglas de la economía europea´ (Joseph Stiglitz) y ´La pandemia del capitalismo´ (Joan Coscubiela). Hago míos esos consejos. Estas
recomendaciones las dirijo a los sindicalistas con mando en plaza, a los que
aspiran a tenerlo y a quienes prefieren seguir en el honroso papel de peatones
de la acción colectiva.
Tiempos
ásperos para el sindicalismo confederal. La primera razón de ello es la
siguiente: el cambio de piel del capitalismo no está comportando una mutación
de la piel sindical. La cabeza, el tronco y las extremidades del capitalismo no
se ven vigiladas, ni controladas por el sindicalismo que –dispensen mi
impresión personal-- sigue luciendo unos
galones de antiguo brigadier no convenientemente eficaces.
La
derrota del intento de organizar el sindicalismo en Amazon donde los asalariados han rechazado
mayoritariamente dicha opción, produciéndose, además, una abstención del 45 %,
debería figurar en el orden del día de todos los encuentros sindicales del
mundo. O se discurre sobre ello o podría darse el caso de que se repitieran
situaciones como esta. Mirar para otro lado o dar explicaciones solamente en
clave de las coacciones de la empresa no nos aclararía el porqué de esa
derrota. En resumidas cuentas, nuestra responsabilidad –la propia, la que se
desprende de nuestra capacidad o incapacidad--
es lo que cuenta.
¿Nuestra
capacidad está a la altura de esos cambios tan mastodónticos? Los innegables
esfuerzos que se hacen en ese orden de cosas no logran acercarse al enjambre de terremotos
que se han producido antes y durante la pandemia. Una prueba de ello, de esos
análisis limitados, lo hemos visto estos días: la prestigiosa revista italiana Il Manifesto ha publicado una conversación entre la
legendaria Luciana Castellina y Maurizio Landini (1). La Castellina, noventa y dos
años, vale decir, la lucha del siglo XX por la democracia y el socialismo y
Landini, secretario general de la CGIL, el primer sindicato italiano.
Se
trata de una conversación, sin embargo, que repite machaconamente lo que hace
cuarenta años exigía Pietro Ingrao; se reincide
en los planteamientos, cada uno por su lado, de Enrico
Berlinguer y Bruno Trentín. Castellina y
Landini han sacado de los armarios aquellas enseñanzas, que fueron ninguneadas
en su tiempo por los allegados de quienes las plantearon. Con lo que se han
perdido varias décadas de oportunidad.
Landini
y Castellina ni siquiera han renovado aquellos planteamientos, ni siquiera una
mano de pintura. Y, comoquiera que el capitalismo está cambiando constantemente
de piel, lo que se dijo otrora y lo que miméticamente se repite ahora no guarda
una útil relación. Tan sólo una novedad: el «sindicato di strada». O sea, el
sindicato son centenares de miles de personas dando voces por la calle, al
margen del centro de trabajo. Dispensen la descortesía: el sindacato di strada puede correr el peligro de ser asaltado por el
populismo sindical.
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