Vivimos
tiempos chocantes en Cataluña. Ni siquiera sant Jordi –con
ser sant Jordi— ha sido capaz de que, en su onomástica, las fuerzas
independentistas, aparentemente encargadas de formar gobierno, llegaran a un
acuerdo. Las hipótesis, en clave de humor de algunos de mis amigos, de la
posibilidad de acabar esa diada con el pacto de Sant Jordi, era puro cachondeo.
Y es que al empantanamiento crónico de la situación le corresponde el estancamiento,
también crónico, de todo tipo de pacto o apaño. Este estancamiento del
desacuerdo es la novedad de unas semanas a esta parte de la vida política del
independentismo catalán. Una situación que afecta, no solo a los directamente
implicados (ERC y Waterloo) sino al conjunto de la ciudadanía. Nadie en el
puente de mando, nadie en la sala de máquinas: la dotación y sus mandos están o
bien en la cubierta o bien en el ambigú de la nave.
Afecta
y mucho. Este domingo pasado se han puesto solamente 1.100 vacunas y sólo 40
segundas dosis. Más todavía, amigos tengo que han recibido aviso, siendo de
Calella de la Costa, para vacunarse en pueblos de Tarragona. Amigos tengo que
han conseguido reducir esa distancia y poder vacunarse en Blanes. No han sido
pocos. Caos y desbarajuste, pues.
Así
las cosas, el que administrativamente parece ser el presidente de la
Generalitat, Pere Aragonès
García, ha declarado que se pone el frente de la negociación para formar
gobierno. Ya veremos. Este Aragonès quiere rematar la faena con rapidez, pero
en Waterloo hay banderías distintas y contrapuestas. A su frente está el
politólogo Jordi Sánchez que manda en la organización solamente
para decir no. Para el sí
hay que contentar a todo el arca de Noé
de Waterloo. Lo que me hace recordar viejos tiempos: para decir no bastaba el
acuerdo entre Pepe y Paco. Para dar el consentimiento (la firma, por ejemplo)
era preciso, según las costumbres más arraigadas, un baño de democracia. Cosa
chocante: autoritarismo en la bicefalía, de un lado; oclocracia, de otro.
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