A
ningún maestro de obras se le ocurriría –tampoco al arquitecto más
inexperto-- hacer primero una habitación
y, una vez acabada, construir la casa. Primero se hacen los planos, después el
edificio y, dentro de él, las habitaciones. Esta técnica fue gramática parda en
los inicios y con el paso del tiempo se convirtió en esa maciza disciplina que
llamamos arquitectura.
El
jueves pasado vimos a Pablo
Iglesias el Joven que anunciaba la tramitación de la ley de 32 horas
semanales con carácter casi inminente. El anuncio se hizo en la televisión; los medios escritos
no han dicho nada, sobre ese particular. Iglesias afirmó que era una buena
medida para la creación de empleo. Mi primera sorpresa es que Iglesias no mencionó la iniciativa de la «Ley de usos del
tiempo», que el secretario de Estado de Empleo, Joaquín
Pérez Rey, había anunciado en el seminario Time
Use Week. De ello he hablado en los últimos días mientras iba a lomos de
mi ambulancia de casa a can Ruti (1). Esta iniciativa de Pérez Rey es rompedora y omnicomprensiva y pretende
establecer un vínculo entre tiempos de trabajo y tiempos de vida a través de
las pertinentes compatibilidades. Esta es --–digámoslo con claridad-- la casa que los arquitectos del Ministerio de
Trabajo y sus maestros de obras intentan hacer. Ojalá se salgan con la suya. La
propuesta de Pablo Iglesias sugiere que primero se hace la habitación y después
se construye la casa.
Lo
que nos propone Iglesias no es pertinente.
Primero,
desde hace varias décadas ha caído el mito de que la reducción de la jornada de
trabajo era un elemento esencial de fomento del empleo. Véanse los datos y
límpiense las legañas de los ojos. Es más, las reducciones de jornada se han
hecho de manera tan deficiente que las consecuencias han sido: a) una
intensificación de los ritmos de trabajo, al negociarse dicha reducción al
margen de la organización del trabajo; y b) deslocalizaciones hacia lugares
donde los cómputos horarios son más elevados. Estos son los hechos.
Segundo,
en estos momentos de gravísima crisis económica por los efectos de la pandemia,
bajar a las 32 horas es un disparate caballuno. Por eso, lo importante sigue siendo la reordenación de los horarios
de trabajo. Lo que supone una vasta red contractual del sindicalismo a lo largo
y ancho del territorio.
Y
lo más importante: lo fundamental sería poner en marcha el debate sobre la ley
de usos del tiempo y, en ese espacio concreto, situar los aspectos de los
tiempos de trabajo. De esta manera tendríamos un ´polinomio´ --tiempos de
trabajo y tiempos de vida, compatibilizados--
realmente novedoso. Lo que nos plantea Iglesias es la antañona
concepción de semana laboral, propia del sistema taylo—fordista, siendo este
sistema pura herrumbre. Es chocante el contagio que sufren de lo viejuno
algunos de la ´nueva política´.
En
conclusión: esta ley de la semana de 32 horas es una interferencia a la ley de
usos del tiempo, un planteamiento potente y adecuado al nuevo ciclo de derechos,
dentro y fuera del ecocentro de trabajo, que propone el estatuto de los
trabajadores del siglo XXI. En esta ley están los estambres de una manera mejor
de vivir. Por lo tanto, no se aturrullen y tengan calma.
1)
Meditaciones
desde mi ambulancia (16)
Meditaciones
desde mi ambulancia (17)
Post
scriptum.--- No me imagino a Pepe Sacristán interpretando La vida es sueño, empezando por el segundo acto. Su padre, don Venancio, le enseñó que «Lo primero es antes».
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