Carles Puigdemont,
el hombre de Waterloo, es maestro en picardías y licenciado en martingalas.
Ayer decidió que ocuparía el lugar número 1 en la lista de su partido, Junts per Cat, para las elecciones
autonómicas catalanas, previstas para el día de san Valentín. Una decisión chocante
por dos motivos: uno, las primarias se celebraron hace unas semanas y, nos
dijeron, que la lista estaba cerrada; dos, el mismo Waterloo ha anunciado, sin
embargo, que el número 1 es meramente simbólico, es decir, no presupone que
Puigdemont sea el candidato a la presidencia de la Generalitat.
De
ello, desde la comodidad de la ambulancia que me lleva al hospital, saco dos
conclusiones provisionales. Primera, de esa manera Waterloo se pasa todas las
convenciones al uso por la cruz de sus leotardos; y segunda, (más importante,
si cabe) quebranta el sentido de lo que aparentan ser las primarias, ya sea en
Junts per Cat o en la Asociación de Fiscales Tonsurados (AFT).
Tiene
miga el asunto. El número 1 está en la lista electoral a modo de maniquí de
grandes almacenes. Pero, en el fondo, la intención parece clara: Waterloo cree
que él --y sólo él-- es el único que
puede impedir que Esquerra
Republicana de Catalunya quede en primer lugar. Así pues, no es un
maniquí sino un reclamo.
Que
los inscritos en ese partido –tal vez sería más apropiado llamarle
partida-- se traguen ese sapo es
cuestión de analizarlo detalladamente. Es la idolatría al jefe, a quien se le
permite todo. Mejor dicho, al Jefe. Es la reaparición de un culto enfermizo a
la personalidad. Ahora bien, no se trata de hiper liderazgo, sino de
sometimiento reverencial del partido hacia
el Jefe.
Un
Jefe que rompe todos los esquemas de la tradicional sobriedad de la política
catalana, que ha sido sustituida por mercachifles de tres al cuarto en Junts
per Cat.
No
nos atrevemos a pronosticar qué pasara el 14 de febrero. Será –dispensen la
perogrullada – lo que tenga que ser. Es más, somos de la opinión de que ERC,
como Dios, prieta pero no ahoga. Pero este no es el quid de la cuestión.
Lo
verdaderamente serio es qué cambios se han producido en la sociedad catalana
que han llevado a que un sector de la política haya sido copado por estos quídams, una
extraña mezcolanza de lo más grotescamente autoritario y lo más incapaz de cualquier
tipo de profesiones. Es la técnica del Vivales.
Waterloo
o el machihembrado entre Tirano Banderas, Rinconete y Cortadillo.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes». Don Venancio
Sacristán nos lo enseñó.
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