Hacia
una ley del tiempo. Este es el audaz planteamiento de Joaquín
Pérez Rey, secretario de Estado. Este es el compromiso del Departamento
que preside Yolanda Díaz, la eficaz ministra, de
ponerla en marcha a medio plazo. La intención es la siguiente, en palabras de Pérez
Rey: «Es necesaria una ´ley de usos del tiempo´ en la que el tiempo de trabajo deje
de ser el único y que empiece a estar condicionado por los ritmos de vida». Posiblemente son las palabras más
importantes que se hayan dicho en algunos años a la redonda, no sólo en España
sino en Europa. Palabras rompedores que se confrontan con las rutinarias
prácticas sobre la jornada laboral con plataformas reivindicativas y cláusulas
de convenio que hace tiempo son pura herrumbre. Sobre este planteamiento de
´los usos del tiempo´ se está reflexionando en el seminario Time Use Week. Su objetivo –palabras mayores, me digo—
«poner el tiempo como factor de bienestar, eficiencia y sostenibilidad». Todo
un reto para el sindicalismo confederal y para la izquierda.
La
ambulancia es un lugar –no tengo otro a estas primeras horas de la
mañana-- apropiado para reflexionar
sobre el asunto. Y me digo: el fordismo consolidó y exasperó la colonización
del tiempo de trabajo –concebido como jornada laboral— que históricamente se
había ido dando. Todo un paradigma que Bruno Trentin
desnudó en su obra canónica La Ciudad del trabajo. El tiempo de trabajo, tanto
por su duración como por las condiciones de
y en el trabajo, lo era todo; el resto
era un tiempo secundario, más bien dicho, residual. Este tiempo residual,
además, estaba interferido por las preocupaciones del tiempo de trabajo. En
cierta medida, la jornada laboral se apoderaba de manera invisible del tiempo de
vida, residual hemos dicho.
El
contagio del fordismo y su colonización del trabajo –dígase también, del sindicalismo
y de la izquierda— corrieron un tupido velo sobre esos elementos tan negativos.
La
ambulancia está a la altura de Mataró de Joan Peiró,
uno de los organizadores sindicales
españoles más importantes del siglo XX. Su organización fue la CNT. Pues bien, fueron los anarco—sindicalistas quienes,
a base de intuiciones encadenadas, enhebraron una teoría, rompedora también en
su tiempo, sobre la jornada de las 8 horas al vincularla a los tiempos de vida:
su idea era la jornada de los tres 8. Ocho horas para trabajar, ocho para
descansar y ocho para el ocio. Así, pues, el tiempo de trabajo aparecía
vinculado a los tiempos de vida que, en esa mirada, no aparecían como
residuales.
Esta
visión no triunfó. Hablando en plata: fue derrotada por el fordismo y por la
subordinación del sindicalismo, mayoritariamente inspirado en Europa por la
socialdemocracia; tampoco los comunistas estuvieron por la labor, tras las bendiciones
de Lenin al
taylorismo y al fordismo. Ferdinand Lasalle se
había salido con la suya. De ahí la discontinuidad que representa el
planteamiento de la ley de usos del tiempo.
Ahora
bien, si el sindicalismo confederal no se contagia del carácter rupturista de
esos planteamientos –también en la línea de la humanización del trabajo— se desperdiciará
la ocasión.
Acabo
mis reflexiones mientras estoy tumbado bajo el acelerador lineal, que es como
llaman al chisme que me envía las ondas de la radioterapia. Son diez minutos. Diez
minutos que no son los de Bergson, ni los de Einstein. Son los de mis tres magníficas enfermeras. Ellas,
a medio plazo, podrían disfrutar de esta ley de usos del tiempo. Porque en esos
planteamientos de Pérez Rey están los estambres de una profunda renovación de
la negociación colectiva.
Post
scriptum.--- El acelerador lineal tiene la pinta de valer una millonada. Y un
dineral vale, por cierto, la máxima de don Venancio
Sacristán: «Lo primero es antes», sus autores no cobran derechos por
ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario