No había
terminado Pablo Casado su discurso de
clausura del Congreso del PP cuando ya es recibido poco amistosamente por el
secretario general de Ciudadanos. Dice Villegas: «Casado es más
de lo mismo, más de ese viejo Partido Popular». Es un análisis de brocha gorda,
muy propio de la vieja taberna carpetovetónica.
Villegas es
hombre de pocos matices, la sutileza no figura entre sus pocas o muchas
virtudes. Este caballero no ha visto –o simula no ver-- la discontinuidad del joven presidente del
Partido Popular que está a punto de enviar al geriátrico a una buena parte de
la dirección del partido, no sólo la del estado mayor sino también la de sus
periferias. Villegas tampoco ha visto que Casado es una tuerca más hacia una
derecha que no delegará sus responsabilidades en las togas ni otros aparatos
del Estado. Pronto se verá si Casado es el Aznar Chico o –como casi
siempre ha sucedido-- querrá ser él
mismo sin hipotecas. Aún es pronto para saber qué niveles de tutía (el hollín
de las chimeneas) aznariana tiene, o no, el hombre de Ávila. De su discurso en
el Congreso no se desprende que sea «más de lo mismo». Es más derechista. Y más
impaciente. Ciudadanos tiene de qué preocuparse. También la izquierda.
Casado es el
hombre que necesita Carles Puigdemont: la España de
las «banderas en los balcones». La España de la cazalla frente a la ratafía.
Uno y otro tienen sus respectivos partidos a punto de entrar en el ring. El
hombre de Berlín, que destruye todo lo que toca, se ha hecho con las riendas de
la neo Convergéncia. Su lema: fuera de Puigdemont no hay salvación. El
camino del reinicio de la confrontación con España se ha iniciado. Miel sobre
hojuelas para Pablo Casado. Puigdemont no ha perdonado la heterodoxia de sus
diputados que votaron en Madrid la investidura de Pedro Sánchez; Pablo Casado,
tampoco. Casado y Puigdemont o la convergencia de los contrarios.
Apostilla.
Disiento del maestro Enric Juliana. La derecha de Casado no es «cafetera». Yo le diría
carajillera.
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