lunes, 23 de julio de 2018

Dos congresos antropófagos





Durante el pasado fin de semana los dos congresos –Partido Popular y PDeCat--  han perfeccionado la particular antropofagia de cada cual: el primero con la técnica de la pepitoria, el segundo con grumos de allioli. Eficaz actuación de los master chef con mando en plaza.

Dos congresos donde se ha concretado lo que estaba diseñado en las marmitas de los hunos y los hotros. O, como decía ayer, la convergencia de los contrarios. Coincidencias: la sombra alargada de José María Aznar y el holograma de Carles Puigdemont revoloteando por la platea. Ambos intentando que lo que pudo haber sido pueda ser. A saber, la vuelta al pasado. Aznar a la legislación de su puño y letra; el hombre de Berlín intentado que se materialice la declaración unilateral de independencia de Cataluña. El claro objeto del deseo de ambos trujimanes es: más madera. Así las cosas, arreglar las cosas sería cosa de morigerados, de políticos escasamente viriles, es montar a caballo a la mujeriega. Si podemos partirnos la cara ¿por qué vamos a perder el tiempo hablando? Es el arrebato como estilo y técnica. Política de secano

Dos congresos que se han referido al «pueblo». Pero no a su inteligencia almacenada. El pueblo que pone banderas en los balcones; el pueblo que clava cruces amarillas en la playa. Al pueblo de la servidumbre voluntaria de la que habló el joven Étienne de la Boétie.

Arrebato inducido y embrollo organizado por los  hunos y los hotros. Hay salida. Pero no desde el pesimismo al por mayor. Sólo al detall. Hay salida. Un lúcido y temperado Paco Rodríguez de Lecea enciende la linterna: «¿Qué puede hacer la izquierda en todo este maldito embrollo? Lo primero, tener los pies bien firmes en el suelo. No discutir sobre arrebatos, sobre castillos en el aire ni sobre pasos por las nubes. Las cuestiones de orden material, las cosas de comer, la fijeza de los puestos de trabajo, las condiciones y las dimensiones poliédricas de la vida; ese es nuestro campo de batalla. No más utopías que la utopía cotidiana. No más futuros etéreos, sino un futuro sólido y sostenible, básico, con equipamiento mínimo de serie. Si luego es posible tunearlo con ringorrangos federales o confederales, se hará. Todo es posible, pero no sirve de nada discutir sobre los ringorrangos cuando todavía no tenemos reparado el motor que necesitamos para que nos impulse hacia donde deseamos ir como colectivo» (1). 


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