El
catalán errante ha vuelto al palacete de Waterloo. Por cierto, su inquilino no ha informado de quién
y cómo financia dicha residencia. Obscuridad total. Ha vuelto, decimos, y ha
sido recibido por el presidente de la Generalitat, Quim Torra, que le ha rendido los honores.
Protocolo de pleitesía, que habría puesto los pelos de punta al rey Pere El Ceremoniós. Que habría provocado un ataque de alferecía
a Josep Tarradellas.
El
hombre de Waterloo, que había mostrado su desacuerdo con la investidura de Pedro Sánchez, arremete
con diez cañones por banda contra el presidente del Gobierno español: «El
periodo de gracia se acaba». Demuestra a las claras que le conviene lo que
pueda ir peor. Le interesa la simetría con el fundamentalismo de Pablo Casado. Esto es, la
convergencia con su contrario. Pretende que no haya fisuras en el ejercicio del
conflicto entre las derechas españolas y el soberanismo catalán. Una simetría que viene acompañada con su
correspondiente invariancia matemática.
En
la puerta del palacete estaba Quim Torra y sus paniaguados. El mismo personaje
que, en pleno Congreso del PDeCAT
lucía en la pechera una foto de Winston Churchill. Quien manifestó que dicha
pegatina era un homenaje a quien manifestó que «nunca nos rendiremos». Y por si
había quien no entendiera el mensaje aclaró que Churchill nunca se rindió ante
Hitler y el nazismo como le recomendaban algunos tibios de su partido y el
patio de vecinos independentista. Un cogotazo a la gente de Oriol Junqueras, cuyo
consumo de sapos es inconmensurable. Conclusión:
Pedro Sánchez es Hitler. La intención es clara por partida doble: acusa de nazi
al presidente del Gobierno y establece esa dogmática para uso y consumo de los
bronquistas de las redes sociales. Parece claro que pedir «diálogo» en esas
condiciones es manifiestamente obsceno.
Preocupación
en las covachuelas de la Generalitat de Catalunya. La huelga de los taxistas
barceloneses. No es cosa, al menos en este momento, de analizarla. Pero sí es
la ocasión para referir un detalle relevante: el conflicto barcelonés se ha
visto acompañado solidariamente por los taxistas madrileños, malagueños y otras
ciudades españolas. Una parte de España al lado de una parte de Cataluña. Se me
dirá, con toda la razón, que esa parte de España se ha incorporado al conflicto
en función de sus propios intereses. Muy cierto. Pero ello también –y sobre
todo-- demostraría que hay lazos de
relación entre unos y otros. Que las cosas de comer unen. La estrategia del
hombre de Waterloo no ha captado ese detalle. Tome
nota de ello el sindicalismo confederal.
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