Hoy también me he detenido en la lectura del
post de mi amigo Paco Rodríguez de Lecea (1). Es un breve artículo, sobrio, sobre el
que conviene meditar a fondo. Estilo austero, sin potingues. Machadiano, se
diría. Pues bien, su mensaje es el siguiente: «Propongo cuestionar desde
amplios pactos de oposición el modelo actual de relaciones laborales, el modelo
educativo y el modelo energético». Muchos deberían sentirse concernidos por
este órdago. Para un servidor es un deber echar mi cuarto a espadas sobre el
particular. Me referiré solamente al modelo de relaciones laborales, que es el
único sobre el que tengo unos medianos conocimientos. De los otros dos
certifico que sigo siendo tan lego como el maestro Ciruela.
Paco Rodríguez propone con buen tino amplios
pactos de oposición al actual modelo de relaciones laborales. Bien dicho. Ahora
bien, me tomo el atrevimiento de señalar lo que sigue: lo que existe en el
mundo de las relaciones laborales no es exactamente un modelo; es un conjunto
de tapas variadas que, además, está desubicado de las grandes transformaciones
en curso. Por lo que, dicho lo cual, entiendo que no hay reformabilidad a
partir de lo existente. No hay sastre capaz de transformar todos esos retales
en algo consistente. Sobre eso hemos conversado, largo y tendido, Paco
Rodríguez y un servidor desde hace mucho tiempo, especialmente a la vera de la
mar mediterránea.
¿Quiénes serían los sujetos de esos pactos?
Fundamentalmente el sindicalismo confederal y sus diversas contrapartes. Comoquiera
que es impensable construir dicha reforma de repente y en un momento puntual es
preciso prever que vaya siendo el
resultado de un trayecto de actos negociales que provoquen una serie de
discontinuidades a través de una fecunda red de convenios colectivos y de
pactos de concertación. Lo que, dado el carácter de fuente de derecho de todo
ello, podría tener las novaciones legislativas que correspondan al caso.
Por lo demás, Paco Rodríguez nos sugiere qué
otros pactos podrían ser necesarios y posibles. A mi modo de ver las cosas, me
oriento a la necesidad de introducir la cuestión del llamado Estado de
bienestar. Una reforma de la enseñanza –hasta ahí llego-- sin hablar y reconstruir el welfare sería de
escasa utilidad.
En fin, prefiero hablar, en esta primera
tacada, de lo que pejigueramente llamamos «cuestiones de método».
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