Los políticos con mando en
plaza, tanto de la Moncloa como de la Generalitat, se empeñan en hacer una obra
de caridad: que no nos aburramos durante el mes de agosto. Aprovechan cualquier
medio, incluido twitter, para ejercer esa virtud teologal con la idea de
procurarnos, además, la salvación así en la Tierra como en el Cielo. Y de esa
manera el monotema compite con las calores y la humedad a ver quien agobia más
al sufrido mortal. Suerte que tenemos el gazpacho que nos defiende de tanta
tortura.
Los del provinciano bastón de
mando nos alertan contra el aburrimiento. Pero, ¿qué tiene de malo el
aburrimiento? ¿Por qué tiene necesariamente una connotación negativa? Se dice
que, en pleno bostezo, Fibonacci construyó
sus famosas series de números; que Neper, no
sabiendo qué hacer, ideó los logaritmos; y que Neymar, harto de ser un segundón mimado, cogió
los bártulos y se plantó en París. En resumidas cuentas, aburrirse ha
contribuido en no pocas ocasiones a provocar
algunas discontinuidades de envergadura.
Ahora bien, entiendo que haya
miles de personas que les resulte
fastidioso aburrirse. Que sean incapaces de recrearse en el arte de bostezar. Tal
vez si los antiguos padres de la filosofía hubieran meditado sobre el
particular estaríamos en mejores condiciones de valorar esa situación. Pero,
que yo sepa, no cayeron en el detalle. Limitaciones de la filosofía occidental.
En todo caso, quienes no gozan
del aburrimiento deberían practicar la lectura. Por supuesto, no recomiendo el Ulyses (Joyce), que es cosa de momentos menos
sofocantes. Tampoco la lectura del gran Marcel Proust,
cuyo momento más apropiado sería la Semana Santa. Les sugiero nada más y nada
menos que la famosísima novela “Gargantúa y Pantagruel”, de François Rabelais. Aventuras, comilonas
estratosféricas, picardías, insultos soeces, que superan en voltaje a lo que se
dicen los tertulianos. Además, no consta que Rajoy y Puigdemont la hayan leído, lo cual es ya una garantía. Así
pues, no sea usted como ellos.
Les digo que la lectura de esta
obra clásica es una garantía contra las calores, la humedad (que aumenta la
sensación térmica del sofoco) y un remedio contra el aburrimiento. Les aseguro
que se mearán de risa. En conclusión, el libro que usted tiene pensado para
leerlo en agosto puede esperar. Gargantúa y Pantagruel es el mejor gazpacho que
usted puede llevarse a la boca. Gazpacho cortijero, no de restaurante.
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