domingo, 20 de agosto de 2017

Homenaje a las Ramblas



Mi tía Angelicas fue siempre la gran matrona de la familia. Por lo menos le llevaba a mi padre veinte años. Una mujer fuerte de la Vega de Granada. Estaba casada con el que, tal vez, fuera el maestro de obras más reputado de aquellos contornos. Se le conocía con el mote de Pepe Espantamulos. Federico García Lorca lo inmortalizó en Los títeres de Cachiporra, llamándole Espantanublos, quizá porque le pareció más eufónico, en agradecimiento –se decía— porque Pepe construyó la Huerta de San Vicente.

Mi tía Angelicas hizo el viaje de novios a Barcelona a finales de la primera década del siglo pasado. Viniera o no a cuento nos hablaba de Barcelona. Solamente de las Ramblas. Y con ese lenguaje pormenorizado de las mujeres santaferinas era capaz de relatar los detalles de la avenida. Los kioskos de las floristas, las casas, la gente paseando. Cien veces más grande que el Paseo de la Carrera de Granada.

Un día, mi padre que era muy entrometido (dichosa la rama que al tronco sale) le dijo: «Angelicas, ¿tú sabes que Federico dijo que la Rambla no debería tener un final y recorrer todo el mundo?». La tita Angelicas respondió, «Pues a mí no me importaría que pasara por Santa Fe». Y yo me imaginaba que la Rambla entraba por el Arco de Granada y salía por el de Loja camino de Fuentevaqueros.


Angelicas habría llorado a mares, si hubiera vivido ahora, al saber el atentado

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