No nos arrugarán. No nos
intimidaremos. No lo consiguieron en las ciudades hermanas de Madrid y
Bruselas, Londres, Niza y Berlín, y tantas otras. Lo único que consiguen es que lloremos a
nuestros muertos, que es señal de la fortaleza del humanismo.
No conseguirán que dejemos de ir
al mercado, los colegios, coger los transportes, acudir a los lugares de ocio y
esparcimiento con nuestras familias y amistades. Como pedagogía de presente y
futuro. No es una estética de postureo, sino una convicción fuerte que hemos
ido aprendiendo de un tiempo a esta parte. Más todavía, no podemos dejar de hacer
lo que hemos venido haciendo hasta ahora. Esta práctica (darle normalidad a
nuestra vida cotidiana) se ha convertido en una idea-fuerza.
Podrán seguir matando, pero –más
allá del dolor y la solidaridad con las víctimas del terrorismo— sólo serán unos rasguños. Cierro, quiero llegar a
tiempo a la concentración que habrá en Pineda de Mar a las doce, a las doce en
punto.
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