La Vanguardia ha despedido a Gregorio Morán. Mala cosa. Morán ha sido siempre
un periodista inquietante, que en todo momento ha exhibido un talante fuertemente
avinagrado.
Nunca me gustó este articulista.
Y de ello he dejado constancia alguna que otra vez en este mismo medio. Pero
ese es mi problema, porque por encima de mi opinión está la libertad de
expresión, que es inseparable de las libertades democráticas. En resumidas
cuentas, sus celebradas sabatinas no
volverán a La Vanguardia, que se quita de en medio una inquietante y nihilista mosca
cojonera.
No me gusta Gregorio Morán,
repito. Pero me gusta menos –mejor dicho, aborrezco— la decisión del periódico
barcelonés. Y, ciertamente, me deja estupefacto el silencio de la profesión.
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