Lo
podría haber dicho el gran Rubén Darío: la
derecha está triste, ¿qué tendrá la derecha? Más que triste, podríamos decir que
está desesperada. Han fracasado los cálculos que hicieron: Pedro Sánchez sigue en el puente de mando, mientras Casado observa cómo sus
mayores siguen zarandeados por los jueces, aumentan los escombros de Arrimadas y los de Vox intentan influir en el Partido Popular a marchas
forzadas.
El
grupo dirigente del PP no está en condiciones de tener un discurso medianamente
razonable: su bisoña incultura política, los problemas que almacena en los
banquillos de los acusados y el fuego amigo que recibe de la Ayuso sólo le dan alas para
la bronca en el Parlamento. Ahora, ve hasta qué punto Arrimadas y Abascal le están achuchando
de manera inmisericorde. Mientras tanto, el gobierno de coalición, progresista,
exhibe su eficacia y utilidad con el reciente acuerdo sobre las pensiones. La
ministra Yolanda Díaz ya está en la lista de los
grandes ministros de Trabajo que en Europa han sido.
Abascal
y Arrimadas exigen que Casado presente una moción de censura. Es claro que se
trata de un caramelo envenenado: de una parte, para seguir entre los tres
acosando al gobierno; y, de otra parte, sabiendo que Casado no quiere,
demostrar que la «derechita cobarde» es solamente un perro ladrador, y en el
caso de Ciudadanos, para seguir disponiendo de una martingala que le permita
pasear su soledad por el escenario político.
La
derecha está triste. En todo caso, si preocupante es su astenia, todavía lo es
más su ausencia de proyecto político. Todo indica que la derecha no tiene quien
le escriba. Oído cocina: así las cosas, con esta derecha tan zarrapastrosa se
corre el peligro de que el gobierno a la larga se adocene.
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